sábado, 24 de marzo de 2018

El viaje del tiempo en el carruaje del teatro: “PRIMAVERAS”, de Aída Bortnik.


      
     El tiempo pasa, lo experimentamos, nos modifica, todos lo vivimos. La memoria evoca las vivencias del pasado, los hechos que sucedieron y que se mantienen a través de los años. Y qué puede venir después.
          El tiempo es relativo, contradictorio.
     —¿Qué será de nosotros cuando hayan pasado 20 años? —pregunta uno de los personajes de la obra.
        Pasado el período indicado, alguien vuelve a preguntar:
      —¿Era así como imaginabas tu vida?
      La medida del tiempo tendrá su referente en las primaveras que, una tras otra, se suceden simbolizadas en el árbol que Bernardo planta. Y que será refugio de la bisabuela/tatarabuela.
       Y volverá a formularse nuevamente, tras los intervalos temporales, la misma pregunta de cómo se estará, qué se sentirá cuando hayan transcurrido muchos días y años.

      En la obra teatral de Aída Bortnik se cuenta el entramado de historias de gente corriente, del vaivén del tiempo, de cómo cambian las situaciones y la identidad, de cómo las personas caminan entre problemas irresueltos de amores, frustrados y latentes, que vuelven a germinar tras los años, tras tantas primaveras.
      Hemos asistido, en la sala de teatro “Concha Lavella”, (campus universitario de La Merced), a la historia de personas y hechos históricos, en el cono sur americano, (Argentina, Chile…). Y de cómo el tiempo las mezcla y las convierte en otra cosa.
          
      Las diferentes posiciones ideológicas ante los hechos revolucionarios (Che Guevara), de dictaduras y pérdida de libertades, de exilio, (los campos de fútbol y la represión; ésta no interesa, solo el resultado de algún partido de liga); de quienes juegan a justificar en tono autodefensivo la situación en la que viven, en el alcohol y la violencia que enfrenta a los protagonistas y que deja al descubierto el maltrato a la mujer. Y a todo esto, la constante falta de entendimiento entre las generaciones.
        Las cosas revividas cobran otro valor.
          El tiempo, subjetivo y a la vez tan implacable.
        Las relaciones cambian y el amor también cambia… ¿Entonces qué?
       Solo la música en el tiempo será nexo común que mantenga la relación entre familiares y amigos en el espacio íntimo compartido. Naturalidad y sencillez.
       El tiempo se escapa de las manos y la felicidad se convierte en una reivindicación de la realidad: intento infructuoso de ser feliz en la madurez.

      Texto, música y escenografía: amor; soledad; sexo; feminismo y maternidad; familia; relaciones personales… son algunos de los temas de la obra representada.
       La historia transcurre a través de la música y del juego de luces. El equilibrio interpretativo de los actores es admirable y, con solo salir o permanecer en escena, se manifiesta el considerable e ilimitado trabajo que tiene detrás la obra “Primaveras”, de la argentina Aída Bortnik fallecida en 2013 a los 75 años, escritora y guionista de teatro, cine y televisión; periodista de destacada participación en los años setenta y ochenta. Multipremiada con numerosos premios y distinciones.
        "Primaveras", estrenada en 1984, muestra la mirada de su autora, el hábil manejo de los símbolos del tiempo y su paso inexorable.
        El acertado escogimiento de los temas musicales para los diferentes momentos de la obra ha dejado bien claro que la elección del vestuario se ha hecho con atención y cuidado a las épocas del paso del tiempo.
Acertado ha sido el empleo de flash-back, retroalimentación para caminar hacia adelante y hacia atrás en el tiempo, mostrando el estado de personas y relaciones.
     La música lleva de la mano a internarse en cada época, en cada florecimiento singular de nuevas primaveras, presidido por el simbolismo del árbol plantado en el que, muchas primaveras después, la bisabuela-tatarabuela se siente viva trepando por él, se escabulle del control de hijos y nietos, y recordando al joven con quien bailó… y que, ¡ay!, ya no está.

      El elenco de intérpretes, 30 personas en escena, ha contado con la intervención actoral del profesor Vicente Cervera, mostrando cualidades interpretativas de excelente factura dramática. 




      Uno de los grandes valores de Primaveras es la reflexión sobre el tiempo, caminando en una perspectiva histórica. Sincronía desde los años 50 hasta casi el final del siglo XX.
        
Las primaveras se suceden:
      —¿Cómo seremos dentro de 20 años?
         Proyección de los deseos, con los pies puestos en el ahora y la mirada en el futuro…
       Y cuando pasen las primaveras que consideremos que han de servir de medida, comprobaremos que los modos y las conductas se repiten, rayando los tópicos.

        (Y agradecemos los detalles de ‘toque’ de Jorge Fullana en escenario, luces, flashes, gags…) El Equipo de Dirección, con María y Mariángeles Rodríguez al frente, ha subrayado lo que había que mostrar y entender en el contexto y época. Un gran e inspirado trabajo.
    
Trabajo coral meritorio y eficiente, no solo con los intérpretes sino, evidentemente, del Equipo Técnico.
       Y la sala teatral, llena y sobrepasada de público. Por tanto, también éxito de asistencia.
      En breve, tras las fiestas de Murcia en Primavera, se volverá a representar.
      Procuren no perdérsela.

sábado, 17 de marzo de 2018

Color en la mirada, voz de sonetos extendidos y la música de Bach


    Museo de Bellas Artes, de Murcia, inauguran el ciclo cultural “Homenaje a Murillo” con tres Artes en conjunción: Pintura, Música y Palabra.


Irene Ortega, (violonchelista), Sonia Varó (voz trovadora) y Santiago Delgado (escritor).

El espacio pictórico del MUBAM, dulcemente inundado con las Suites de Bach, camina alentado con los sonetos “ECCE HOMO” y “CRUCIFICADO” del escritor Santiago Delgado, recitados por la inspirada y cálida voz de Sonia Varó.


        El engranaje, unidad de las tres artes vinculadas, es sólida base para crear una tradición. En la compleja sencillez muestran culminantes resonancias estos «Sonetos» con la Pintura y la Música: Cuadros, verbo y acorde sonoro forman una unidad viva en un espacio transformado.

        Santiago Delgado ha explicado que la experiencia contiene una dimensión plástica a través de la conjunción existente entre pintura, poesía y música, vínculo que llama a pensar con el corazón la vida, el amor y la muerte.
La música, en contraposición al silencio, aporta una condición esencial para la contemplación de los cuadros y la inspiración creadora del poeta.
Salón de actos del Museo de Bellas Artes, acústica propia, donde la violonchelista Irene Ortega ha interpretado dos suites de J. S. Bach, piezas que son monumentos de la música barroca y también de la cultura occidental.
     Considerada violonchelista de su tiempo, creativa en el panorama actual, Irene ha hecho sonar su chelo en el marco del MUBAM para deleitar a los asistentes con su interpretación de las suites 2 y 5 de Bach, con extraordinario refinamiento tímbrico y rigor rítmico, que denotan una energía que va más allá del esfuerzo por interpretar a Bach.
       Estas composiciones, elegidas para el evento, son una muestra de la grandeza del espíritu humano. Bach es un compositor barroco porque vivió en ese periodo, pero es el más grande moderno. Escúchese atentamente la zarabanda de la Suite número 5: podría decirse que acaba de ser escrita.
Irene, temperamento apasionado y abierto, se sienta, nos mira y se pone a tocar en solitario a los pies del Cristo. Símbolo que comienza aquí una de las tantas relaciones artísticas que se enriquecen mutuamente de manera sustancial.  
       Hay sido una oportunidad especial ya no solo por la música de Bach, sino por el hecho de estar rodeados de arte y escuchar dos sonetos.

        Fructuosa ha sido la relación de la palabra escrita por Santiago Delgado en la inmejorable interpretación poética de Sonia Varó, en sintonía con estas dos piezas musicales de envergadura, que han surcado el aire de la sala, transportando el sonido sensible de los cuadros.
      
Es el chelo instrumento difícil, de gran sonoridad. Con las «Suites para chelo», de Bach, la intérprete ha retratado el ambiente, y ha quedado superado el temor reverencial que estas partituras nos suscitan a todos.  
   
    El sonido del violonchelo, el que se parece más a la voz humana, nos enseña en deleite que cada instrumento suena de manera distinta en manos de diferentes personas: persona y chelo vibran juntos.
      Cuando hay música tan expresiva, las palabras vienen a ser imprescindibles. Y ahí ha estado la voz de Sonia Varó, en perfecto encaje, con sonora musicalidad.

     El público, totalmente entregado desde el principio, leído el primer soneto, y la atención en la belleza del sonido del violonchelo, que contiene en su interior un bravo sonido de miel.
      Ha gustado.
    Hay que felicitar por esta idea colorista, sonora y de palabra poética envolvente hecha realidad.

      …Y el viernes que viene (el de ‘Dolores’), nueva entrega musical, poética y pictórica en el MUBAM.