sábado, 20 de enero de 2018

La violencia contra las mujeres: Hombres que usan su posición de poder para intimidar, acosar sexualmente a mujeres que demandan un puesto de trabajo



Eva a las seis
(obra teatral de Diana de Paco)



                            Dímelo, ‘en plan Teatro
                       ¿Por qué a las seis y no a otra hora?
  La respuesta es sencilla: hora de levantarse para ir al trabajo, a las seis. Es una hora mágica, digámoslo así, por tener un trabajo al que acudir.
          Suavemente fría es la tarde de enero, atravesada por una brisa intermitente que llega desde cumbres nevadas algo lejanas.



             Sentados en un banco de piedra, conversan tres jóvenes, dos chicas y un chico.

   

—¿Vosotras creéis que ya ha pasado la crisis? —comenta el chico.

—¿De qué crisis hablas? —pregunta una de las chicas, la morena de largo pelo recogido en forma de cola de caballo.
De la crisis económica. Dicen, me parece haberlo oído, que ya hay más empleo, —intenta aclarar el muchacho.

Más empleo… Puede ser, —avisa la otra chica de pelo corto castaño claro.

—¿Perdona...? ¿Descreída? —pregunta con escepticismo la primera jovencita.
No, no es que sea descreída; es lo que veo en la realidad. Hablo de crisis de valores. Todo el mundo va por ahí diciendo que hay que educar en valores, pero, ¡ah!, miran para otro lado ante transgresiones de valores que quedan en la impunidad, —manifiesta la muchacha mencionada en segundo lugar.
   —A ver, a ver, aclárame eso de “transgresiones a los valores”, que me pierdo, —alega el muchacho.
    
   —Me da la sensación de que tú también eres de quienes miran para otro lado ante la explotación en el empleo, y, aún más, si son mujeres, —acomete la joven castaña.
      
—¡No me querrás dar la brasa feminista! —intenta defenderse el chico.
Me lo imaginaba: no te enteras de lo que pasa, —expresa con tono enfadado la moza de pelo largo.
Tú, entonces, ¿no sabes nada de los favores sexuales que muchas mujeres, han de cumplir con quienes las contratan? Sí, en esta ciudad mismo, en esta sociedad española y europea, no me mires así, —advierte la chavala de pelo corto y castaño.
—¿No estaréis exagerando? ¿Cómo lo sabéis? —desafía el muchacho.
No hay peor ciego que quien no quiere ver, —refranea la chica morena.

  Aquí nos tienes. Y a nosotras también nos han propuesto, sin cortarse, que si queríamos trabajo, y eso que era para contrato de tres meses y menos de setecientos euros y doce horas de jornada, habíamos de pasar por el sofá o la cama, —informa la otra.
Porque me lo decís vosotras que, si no, me parecería una invención. ¿Qué llevas en esa carpeta?
     
La hemos encontrado aquí, hace un rato, —dice una.
       
Contiene una obra de teatro, en 30 folios, —informa la otra.
  
—¿Y de qué va? ¿La habéis leído? ¿Es interesante? —machaca con insistencia el chaval.
    Sí, la hemos leído. Trata de lo que estamos hablando, de la crisis, —afirma la del pelo largo.
Y todo eso ¿no se denuncia? —pregunta el muchacho, con cierta dosis de ingenuidad.


      Como poder, se puede. Es difícil enfrentarse a las sentencias judiciales por las que se estima el consentimiento en la mayoría de edad, y no supone penalización.


Entonces... ¿qué? —plantea el muchacho.

       


Que también hay otras vías de denuncia.


     —¿Cómo cuáles? —insiste el chico.
Obras de teatro, como ésta que nos hemos encontrado, —razona la morena del pelo corto.
      
—¿Y no sería mejor hacerlo en cine? —presupone el mozo.
     

Sí, claro. Una película o un documental pueden ayudar bastante a entender y rebelarse contra esta situación. Aunque la obra de teatro, en directo, es la empatía con la acción y la proximidad de los personajes. Las ideas expuestas en el teatro son creíbles por sí mismas, —concluye la chica.
    
—¿Y si no se representa la obra? —insiste el muchacho en su desconfianza.
—¡El teatro también se lee! —afirman a dúo de forma incuestionable las dos mujeres.
    
         Las luces de sala se han apagado, recogen cortinajes, sube el telón. Comienza la función, “Eva a las seis”. Una intérprete aparece y emite la primera palabra en la escena, un nombre masculino:

     —“Mario”,

    quien no está presente, aunque su traza late en la palabra que le nombra.        Es básico, personaje referente y sustancial entre las ideas que se remueven y emergen del texto. Mario se interpuso entre el entonces novio de Eva y ella misma, intentado el chiquillo evitar la agresión que, violentamente, -no puede ser de otro modo- el novio cometió la tropelía y, de resultas, el chico, Mario, cayó grave y permanentemente lesionado.

     El Coro de Voces (tres) prorrumpe con exuberante versatilidad y llena el aire de refranes, de agilidad expresiva y de humor ácido. Mutilan y regeneran decires en otras expresiones, combinan fragmentos en unión inusuales, contradictorios a veces, creativos de nuevas sentencias; refranes que, en su rompimiento y posterior forzado engarce, (¿decadencia?) prenden la atención y la mueca.

     La propuesta especulativa gira en torno a que, cuando las cosas vienen mal dadas, hay que refranear. No es fácil tarea, pues no todo el mundo conoce el fértil y amplio caudal del Refranero popular y la necesidad de una sonrisa, aunque sea desamparada.
     La autora desdramatiza la desconcertante situación de chantaje laboral, con el uso de estas manifestaciones lingüísticas y su enredo en clave de humor. La realidad queda envuelta en espeso manto de expresiones y palabras: los refranes se descoyuntan y se vierten en nuevos moldes. Siempre es una vía de hallazgo.
                            La protagonista, Eva, llega a sentir agobio ante tal profusión de palabras en frases hechas y a gran velocidad. Los refranes se caracterizan además por el empleo del humor y la ironía. Remiten a don Quijote advirtiendo a su escudero:    
               «Parece, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas».
                     Y continúa el Caballero de la Triste Figura:
Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias”.
          Regresamos al escenario.
          Mario no aparece, no responde. ¿Esperamos a Mario como se aguarda a Godot, personaje central de la famosa obra teatral de Samuel Beckett?
          No, no es eso.
         Eva, la protagonista, filóloga de profesión, a la vez que voz narrativa, acaba de ser despedida de su trabajo: la versión oficial es la de “por recortes y ajustes”. La razón real es muy otra.
    
               El grupo actoral, las tres Voces y Eva, resuelven con eficiencia, agilidad y humor la situación que se llena de palabras usadas desde tiempo inmemorial, aunque Eva, la filóloga sí lo sabe.
      
      Hay insistencia en diferenciar la primacía de lo masculino sobre lo femenino. La obra de Diana de Paco es la locura léxica que, como lluvia externa, desdibuja lo aparente y el hecho real. “Crisis” es un vocablo que, por una supuesta corrección política, llegó a ser innombrable; (“Crisis es la gran excusa de los gandules”, sentencia la Voz 3ª en su versión de ‘Jefe’, personaje despótico.
     
      ¿Y Mario, el hermano de Eva?
       Está en coma desde hace mucho; por traumatismo craneoencefálico, efecto colateral derivado de la agresión sufrida a manos de quien entonces era novio de Eva.

“Ha pasado mucho tiempo. No hay olvido.

Mario era pequeño, tenía diez años.

Se puso en medio, cuando me cogió del brazo.

Mario cayó al suelo, el golpe fue muy fuerte.

Ese golpe era para mí, como tantos otros".

   
  Y ahora, en la hora "mágica", las seis de la mañana, Eva está ante otro agresor, el lujurioso energúmeno de su Jefe, que pretende doblegarla y disponer de ella en sus turbios manejos:
"Cuando el Jefe me cogió del brazo le miré a los ojos.
Me recordó a él, a mi ex".
          Eva se defiende de su jefe, espoleada tanto por el recuerdo como por las pretensiones extralaborales a las que no accede. Eva lo explica mediante un monólogo bien construido, plagado de espeluznantes recuerdos y de impresencias.
                                  Concluye la obra.
                 La mudez ha invadido a los asistentes. Como velo de satén que amordaza. De pronto, alguien inicia el aplauso al que se suma toda la sala.
              El público abandonan la sala teatral muy despacio, se miran, las sonrisas tranquilas tienen pinceladas de tristeza.
         Una mujer comenta a su acompañante:
      
De toda la vida, los jefes y contratantes ponen la concesión sexual de la contratada, una no escrita cláusula que, atemorizada, se ejecuta sin pestañear. El jefe o quien pueda decidir, despide para reafirmar su poder y autoridad, y no deja de ser proteccionista, como si de un vehículo u otra cosa se tratara. Se aprovechan de su posición de dominio.
Entonces...
Mientras podamos, no vamos a transigir con eso. Hagamos por poder.
   
          Intercambiar libremente placer y amor es algo que podemos definir como hermoso y confortante, voluntad en libre disposición, sin coacción, fluencia alegre de ambos cuerpos.
     
    Sin embargo, larvadamente, se mantiene este uso/abuso tentacular, que creíamos disuelto hace más de cuarenta años. Y no se castiga. Persiste en el currículum oculto como forma de dominio feroz, de explotación y efecto colateral degradante: el dueño de la empresa, o el jefe o el capataz se sienten propietarios de vidas, como amos de la situación, (“si quieres, quieres… y si no, ya sabes…”). La prepotencia no busca una relación de bella delicadeza, sino el significado de que por ella se somete despóticamente a las necesitadas de empleo.
      
       Subyugar la dignidad y la voluntad de aspirantes a un empleo; a cambio de un provisional puesto de trabajo, remunerado por debajo de valía y capacidad. Más grave aún cuando se trata de una mujer que, humillada, elige acallar a su conciencia por la necesidad de ingresos para sobrevivir.
       
       ¿Es esto una persistente e ignominiosa forma de esclavitud?
     
       La dramaturga Diana de Paco lo expone con toda crudeza, a la vez que ofrece el contrapunto absurdo del humor, que atenúa el impacto de la evidencia. Esperamos justicia.
      
        Diana de Paco domina la representación de lo humano como multitud. Una humanidad que renuncia a su destino movida como marioneta. Es la conjetura de la corriente del tiempo, que Diana sustancia en acción teatral de trazo áspero y de evolución grotesca.
      
        Nos ponemos en pie: aplaudimos, largamente.
    
        Una pregunta resuena todavía en el interior:
     
       ¿Cómo expresar la verdad y ser artista?
      
       Sabemos que el arte supera a la realidad.
      
    Eva a las seis” es una pieza teatral con expresiones visuales y sonoras, mientras se encadenan los refranes en distorsión y recomposición. Búsqueda para denunciar situaciones, agitar conciencias y construir con palabras.

           Sin duda supone un gran acierto que Diana, la autora, atienda a estos factores, incuestionablemente decisivos. El proceso de trabajo teatral, integrado en la evolución escénica, cuida la transmisión de un orden desordenado y muestra un rico conjunto de componentes, gobernado por la elocuencia y la accesibilidad.
   
Lo he pasado bien mientras leíamos. Da gusto escucharos, —dice el chico mirando a sus amigas.
     
Pues yo estoy consternada, —manifiesta la chica del pelo largo.
     
A mí también me ha removido. Los temas son imparables en la creatividad de Diana. Estoy segura de que de sus obras surgen otras: es el impulso de su lenguaje expresivo, —asevera la del pelo corto.
  
        La lectura ha convertido el sueño en vida y la vida en sueño.
   
   No es fácil escribir historias. Desprovistas de moral son inhumanas. Al derramarse palabras, los proyectos puede que marchiten en el papel y que las ideas e imágenes desfallezcan. Diana consigue reanimarlos, por fortuna. Y se aprende de la enseñanza de los maestros.
       
      De Flaubert, Diana sabe que el talento es una disciplina tenaz y de larga paciencia.
    
       De Faulkner ha heredado la responsabilidad de que es la forma —la escritura y la estructura— lo que engrandece o empobrece los temas. Lo importantes que son la destreza estilística y la estrategia representativa. Una obra de teatro, comprometida con la actualidad, puede cambiar el curso de la historia.
      
      Las influencias que convergen en Diana de Paco son innumerables. Y revela su exploración horrorizada de los abismos de lo humano, combate los desvaríos sociales con humor. Aun en pésimas circunstancias, hay esperanza.
     
        Para Diana, escribir no es un lujo ni la cultura un privilegio; es una vocación, porque la escritura contiene sufrimiento.
      Diana considera que es justo denunciar, en el papel y en la escena, para que florezca la sociedad que alcanza la libertad, la prosperidad y la justicia. Escribir, fundamento de la condición humana, es protestar contra las insuficiencias de la vida. E inventa en la ficción las muchas vidas que se quisiera vivir, cuando apenas disponemos de una sola.
      
    Saludemos con alegría la nueva obra teatral, “Eva a las seis”, de Diana de Paco Serrano.
 














1 comentario:

  1. ¡Caramba, después de un comentario así casi no hace falta ir a ver la obra...! Nooooooo, es broma. Todo lo contrario: Lo que apetece es, precisamente, leerla o, mejor aún, verla representada. Grandes cuestiones como las que plantea la autora, y planteadas con toques humorísticos , todo debidamente aliñado con conocimiento de la lengua y las técnicas teatrales, y bien batido, y con buenos actores y dirección será, sin duda, un éxito. Ya lo es, con semejante crónica como aperitivo: lo mejor para despertar el apetito y la curiosidad y querer saborearla en su plenitud. La obra no ha podido tener mejor preludio.

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