jueves, 24 de marzo de 2016

PRESENCIA EN LA MEMORIA PERMANENTE. (Evocación personal)


       In memoriam


Siempre  en JUEVES SANTO’,
día del Amor Fraterno.

En sí mismo ya era día destacado. Jueves Santo de la liturgia (y perteneciente a esos "tres jueves que relucen más que el sol", expresado en el dicho popular). 
Para mí es relevante porque, en la relación entre mi padre y yo, como si de una acción de constante tallado artesano se tratara, cada inaugurada fecha anual de este día, incidía en la huella que fue su permanente desvelo y empeño: sentimiento de que la fraternidad fuera activa.

En esta ocasión, yo contaba con ocho años de edad, quizá no llegaba a los nueve.

Vino de la fábrica donde trabajaba, —este día era laborable—. Cesaba antes en el trabajo habitual, por encargo de sus jefes, propietarios y protectores de las imágenes religiosas, para otra ocupación circunstancial que quedaba inscrita en la jornada laboral. Le encomendaban ir a la iglesia del pueblo, junto a otras dos personas, mujeres, para el atavío de la imagen y el trono de La Dolorosa, —de escultor anónimo, imitación de la de Salzillo—, y había de quedar hecho antes de que comenzaran los Oficios religiosos y todo listo para la procesión de la noche. 
(También haría lo propio con san Juan, porque era el presidente de la cofradía. Y allí le aguardaba mi madre).

Ya estaba dispuesto mi padre para acudir a la iglesia, tras cambiarse de ropa, cuando llamaron a la puerta. Fue un reclamo enérgico. En aquellas fechas aún no había timbre eléctrico y se llamaba con los nudillos.
Abrí.
Una mujer, a la que yo conocía de verla por el pueblo, trababa con su brazo derecho a un niño que dormía en su regazo. En su mano izquierda portaba una capaza, que elevó abriendo la mano en señal de petición, mientras decía algo, para mí, ininteligible en ese momento, que transcribo así:

“…día…. derno… la mohna… ves santo”.

     ¿Cómo…? le pregunté con tinte irónico, pues sólo había entendido la primera y última palabras, que repetí con sonsonete.  

Mi padre, que acudió por la robustez de la llamada, presenció la escena. 

De su bolsillo sacó una moneda de veinticinco céntimos (“un real de agujero”, se decía entonces) y se la dio a la señora, que la aceptó, dio las gracias y se fue.

Mientras cerraba la puerta, mi padre me aclaró con gravedad:

    —  ¿Tú sabes cuántas veces habrá dicho esta mujer eso mismo durante la mañana?  Nadie pide limosna por su gusto. Con eso no se bromea.
  
    —   No, papá; es que no he entendido lo que parecía decir. Y me ha hecho gracia.
  
    —    Hoy es día de pedir más que de costumbre, —me explicaba mi padre—. Sé que es poco lo que le he dado, pero no tengo ni puedo más. Y con estas cosas no se hacen chistes.

   —    ¿Qué tiene que ver el día? —pregunté, verdaderamente ignorante, ante la seriedad de mi padre.

   —    Es Jueves Santo, y esta mujer pide una limosna especial.

  —    ¡Ah…! No lo sabía. Entonces, hoy ¿se da más? —seguí en mi empeño de querer saber.

   —    No hay por qué dar más. Hay gente que no da nada; ni siquiera un trozo de pan, o una cuantas patatas o algo así. Para eso la mujer lleva la capaza. Si hubiera estado la mamá seguramente le habríamos dado comida.

   —    ¿Y cómo le sentaría si nada recibe?

   —    Pues supongo que no muy bien. Y más aún cuando se les niega con un: “¡Perdone usted por Dios, hermana; otra vez será!

   —    ¿Y eso es así, y ya está?

   —    Por el día que es hoy, aunque sólo sea una vez al año, hemos de procurar compartir lo que tengamos, aunque sea poco.

   —    Es que no he entendido a la mujer, —me justifiqué—, lo siento.

   —     Ha dicho: Día del Amor Fraterno: la limosna de Jueves Santo”, —reprodujo mi padre con claridad.

[Los diálogos, reconstruidos, lógicamente, intentan parecerse a lo que ocurrió. La intención es el reflejo de la actitud de mi padre y de que yo no pretendo quedar bien un montón de años después].

Lo recuerdo aún con cierto bochorno por no haber comprendido de lo que se trataba y lo que pudo significar una carencia de respeto hacia la mujer, con mi desafortunada expresión.

A su vez, lo reconstruyo y menciono con orgullo, porque mi padre, sin estridencia, pero con paciente seriedad y decisión, se esforzaba en hacerme entender estas cuestiones.

 Oímos una campana que tañía un hombre, como las que tocan los auroros. A su lado, un monaguillo portaba un farol. Detrás, el cura del pueblo caminaba concentrado, mirando al suelo, envuelto en un manto blanco.

     —  Viene el Viático, —me informó mi padre.
    
    — ¿Qué es el Viático? —pregunté, nuevamente.
    
   —    Es la comunión para los enfermos e impedidos; es el camino, la vía para ayudar a quien menos puede. Hay que acudir a quien no tiene posibilidades. Hoy es día de encuentro entre hermanos.

 
Mi padre abrió otra vez la puerta y se arrodilló al paso del Viático. Le imité el gesto sin dudarlo: si lo hacía mi padre, es porque eso es lo que había que hacer. 
Durante unos segundos estuvimos silenciosos, expectantes, al paso de la breve comitiva. Enseguida nos incorporamos. 
    
    —    Me tengo que ir, que se va haciendo tarde, —mi padre iba a lo de los arreglos procesionales. No sin antes decirme:
    
   —     “Recuerda: hoy es de los hermanos. Día del Amor Fraterno. Y los hermanos están para quererse. Y cuánto más necesiten, más cerca hemos de estar, como con la mujer que llamó a la puerta y pidió”.




 Eran tiempos oscuros, mi padre lo tenía claro.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Primavera en la noche, dolor de muerte irracional y un sencillo gesto esperanzado.

           La tarde fue seca y la lluvia quedó en el recuerdo de la mañana. No hacía frío. Por lo que salí a lo que se dice de “dar una vuelta y ver lo que hay”. Leo la oferta musical en la catedral, con un grupo de música que llaman “antigua”, aunque sigue vigente y tiene actualidad.
         Hay donde ir. 
   
      La noche es agradable y prefiero la calle. Suenan tambores desde plaza Apóstoles hacia plaza Belluga. Y me quedo a ver.


     Tras haber presenciado el desfile procesional duplicado del martes, Cristo de la Salud y Cristo del Rescate, regreso a casa.

  




     Siguen presentes en el pensamiento y vivos en el sentimiento los atentados de esta mañana en Bruselas

     La pregunta doble de “¿Por qué? ¿Para qué?” se estrella contra cualquier ángulo de razón.
   

    Avanzo por Trapería en mi vuelta. Mucha gente en la calle, unos caminando, otros hablando en corro.
  
Al doblar la esquina para seguir por Platería, inopinadamente, me encuentro con un grupo de hombres y mujeres que venían con cánticos religiosos.
      Se detienen ante una placa de cerámica que hay en la pared de esta calle de Platería, alusiva a la Virgen de la Aurora. Hay quien porta un instrumento de sonido a golpe de hierro quebrado en la madera: es la matraca
 (¡Cuánto tiempo ya sin haber visto alguna!). Al toque redoblado de la matraca, dos hombres dejan los faroles en el suelo y adelantan la cruz que portan en un mástil. Callan. Silencio.

       Quien muestra ser el guía, en voz alta, con decisión, nombra un cuarto misterio doloroso del Rosario, “Jesús carga con la Cruz”, pero abrevia el rezo a solo un ave maría. 
   
   
Tras unos segundos del grupo en silencio, y en la mirada expectante de los transeúntes, hace sonar de nuevo la matraca, se sitúa en cabeza y el grupo reanuda la marcha, camino hacia otro lugar en el que expresar sus palabras en el espacio abierto y en la noche.
       Lo inesperado y la sorpresa del grupo, (mi respeto absoluto, aunque observe desde flexible agnosticismo) que, además, muestran valentía al expresar sencillamente sus creencias en público y tiempos laicos, sigo mi regreso a casa.

   
    Nuevamente ha vuelto el recuerdo de los muertos en atentado esta mañana en la capital de Europa, Bruselas. Unos fanáticos salvajes —en el peor sentido de la palabra ‘salvaje’, sin paliativo—, tintados de religión islámica, ungidos de misión y martirio por una causa, se han suicidado con explosivos y han matado a más de 30 personas, y malherido a 230 más.
   Ninguna de las cuales esperaba un abrupto final ni un sobresalto doloroso. Una masacre horrenda, estremecedora, incomprensible para la razón.
    Aunque suene a sarcasmo, lo primero, tras el horror, es preguntarse cómo estas personas que dicen actuar en nombre de una religión, no se suicidan en un descampado, en un acantilado o en el desierto. Y, luego, que se piensen si ir a lugares habitados... Igual debe de ser el camino hacia los ríos de miel y el encuentro con decenas de vírgenes huríes que les prometen sus líderes y que sucederá tras la autodetonación.
      No les basta con eso. 
    Su programa es matar indiscriminadamente a cuanto mayor número de ‘infieles’ muertos mejor, esos que viven en una civilización distinta y en cualquier parte del mundo donde tengan resonancia su acción y su amenaza permanente.
       Creo que está claro.
      En Bruselas, el destruido paisaje humano y físico, hace crujir los cimientos de Europa y la confianza en el ser humano, que habrá que reconstruir con solidez, temiendo que broten sentimientos xenófobos y alambre de espinos por la diferencia.
     
Porque unos, con explosivos en su cuerpo y detonadores bajo un guante, siembran de muerte, desolación y dolor un aeropuerto y una línea de metro.
Inevitablemente, ha surgido el contraste, porque cualquier señal conduce a la existencia de lo incomprensible.

       
       En una calle murciana, modestamente, otras personas, sin más “armas” que un crucifijo en alto, dos faroles y una matraca, caminan por la calle mientras entonan sin estridencia cantos tradicionales. Y no generan miedo ni violencia. Todo lo más, indiferencia o quizá una sonrisa a su paso.  Caminan entre el respeto hacia y de los demás, lo propio de un espacio civilizado.

     
La vida no es fácil, y hemos comprobado que, con un trabajo programado, en cualquier lugar, con evidente voluntad de causar el mal, unos sectarios extremistas pueden arrebatarla.



       No hay motivos para dudas ni recovecos: es una acción de meditados preparativos, innegable y real, coyuntura perturbadora de una espiral que conduce a la muerte violenta del otro.
     El suicidio como la táctica elegida para solventar mediante la destrucción y el daño una dualidad que se pretende irreconciliable entre la creencia y la civilización. A los suicidas, como a los fontaneros, lo que les interesa no es el porqué de lo que hacen, sino el cómo.

        Y, entonces, qué pasa con quienes creen en el trabajo intelectual para formarse en el progreso, la convivencia y en la consideración del otro...
       
¡Qué suerte —¿se puede decir así?— haber nacido en territorios donde las ideas se pueden expresar pacíficamente!
Cualquier hecho ocurrido en la paz y en la convivencia no deja de sorprendernos y nos conduce desde lo desconcertante de la violencia hasta lo revelador de la libertad.

lunes, 21 de marzo de 2016

El PERDÓN y lo IMPERDONABLE. Religión y Filosofía.


Hace unos días coincidí, casualmente, con Leonor Jareño, profesora de piano jubilada, pianista activa y directora de coro. Me invitó a asistir, en plano elevado físicamente, el espacio que ocupa el Coro en la iglesia de san Antolín.


Desde la verticalidad celeste al inclinado, casi horizontal plano terrenal.



Me habló del acto que cada lunes santo se reproduce en la iglesia de san Antolín (en Murcia), con motivo del descendimiento para el besapié al Cristo del Perdón. Y que ya, para la tarde, que salga la procesión de la que es titular. 


El motivo de la invitación era el de contemplar desde otro ángulo, en la perspectiva opuesta, de arriba y atrás, el altar mayor visto desde el coro. Y seguir la evolución de la maniobra breve del descendimiento del Cristo hasta situarlo en nivel humano, el de los creyentes y devotos, y de quienes se acerquen para rendir homenaje con un beso reverencial en el pie.
Además de la deferencia hacia mí que esa invitación supone, quería conocer la perspectiva de este acto con tanto significado.

PERDÓN” es un complejo concepto y una muy difícil práctica.
Disculpar a alguien que nos ha ofendido o no tener en cuenta su falta, dejar de exigir el pago de una deuda es asunto espinoso.
El Perdón, desde la religión, es motivo principal y se recoge en la oración ‘Padrenuestro’: “…perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

 Pero perdonar no significa aprobar la ofensa. O como si no la hubiera habido. Ni dejar que los demás se aprovechen de la disposición. En el Perdón hay generosidad amplia, pero no olvido.
Complejo significado con múltiples dificultades de aplicación.


En Filosofía, el Perdón es de importancia nuclear, porque es lo imposible mismo.
· ¿Qué se perdona?
· El perdón ¿debe tener un sentido?
· ¿Se puede perdonar a quien no ha pedido perdón?
· Si existe el perdón, entonces ¿existe lo imperdonable?
· Si sólo se estuviera dispuesto a perdonar lo que parece perdonable, entonces la idea del perdón se desvanece.

· ¿Se perdona algo o se perdona a alguien?

· ¿Y la idea del perdón incondicional, gratuito, infinito?

El perdón perdona sólo lo imperdonable, dejó dicho el filósofo francés J. Derrida, para quien el perdón nunca es puro ni desinteresado.
Lo que hace del hombre un hombre es su capacidad de perdonar, es una posibilidad humana, pensó la filósofa Hannah Arendt.

No es tema fácil.

Volvamos por donde empezamos, el Coro de la iglesia.
12 del mediodía. El párroco pide silencio.

 El órgano suena y la voz educada de la solista del coro atraviesa el aire del templo con modulada decisión, cantando el soneto:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte. (…)”

Toma la palabra el obispo de la diócesis, monseñor Lorca Planes, quien, en breve intervención, habla de fe, confianza y de compartir.
Hace un guiño a la audiencia y manifiesta que esta tarde no lloverá, la procesión saldrá.


Y… si llueve y no sale, que se le perdone; y que, en cualquier caso, la lluvia en Murcia se recibe como un don.






Comienza el “Besapié”, en una iglesia abarrotada, mientras se canta el himno al Cristo del Perdón.




El Coro inicia el rezo/canto del Vía Crucis.


Con la música del canon de Pachelbel, coordinada desde piano y con sonido participativo de las castañuelas, me ausento. 



Este momento, en el que agradezco la invitación, lo tomo y lo tengo como una experiencia personal.

 (Este año, porque llueve; no habrá desfile).

viernes, 11 de marzo de 2016

Un libro, “Camafeos”, porque no hay día después: siempre es hoy.

LA LUCHA CONTINUA POR LOS DERECHOS, EL RESPETO Y LA IGUALDAD.

Mujeres de diferentes momentos históricos, de todas partes manifiestan la situación en la que viven. Hondo dolor en cada situación de violencia, en cada lugar del mundo; mayor si hablamos de las mujeres migrantes.

Todo es una responsabilidad. Hacer lo posible por estar a la altura de cada día. El libro y la representación teatralizada de 8 camafeos (de los 26 relieves de mujer), de Santiago Delgado, pusieron la palabra y la emoción, la llamada.

Mujeres y hombres han de vivir en libertad. Para que se logre, hay que contribuir a ello. Y lo esperamos: aún hoy, qué desigual es la vida si se nace hombre o mujer. O sólo unos centenares de kilómetros. Se puede aplicar, en matizada realidad, en cualquier parte del mundo.
Cada madre, aun en la más difícil situación, quiere que sus hijos crezcan en un mundo mejor. Y no porque huya de la guerra, del hambre y de la muerte dejará de lado su lucha. Que las mujeres cuenten y no callen sus vivencias, que no haya llave de válvula que cierre sus estallidos de libertad.  Y que dejen de ser noticias de sucesos en los periódicos y telediarios.

Una invocación sonora y vibrante, para que mujeres y hombres no acepten la discriminación y se elimine el freno de un patriarcado que asfixia las ansias de independencia.
La crítica debe hacerse en las diferentes caras del conservadurismo, en cada sociedad y muy especialmente en las de los rigores -y se llaman a sí mismas "civilizaciones" -?- con usos que marginan a las mujeres, en horrores evidentes.
Esos males que se esgrimen como diferencia sustancial en materia de derechos humanos entre un mundo y otro. Conocemos la historia, en cada tiempo, en cada mundo.
Mujeres aisladas, casi exhaustas, luchan por un universo propio de libertad, contra la mediocridad oscurantista. La tragedia se hace enorme, señaladas en tachadura por sus intolerantes contemporáneos; cada drama vive en la historia, con tintes de fanatismo. Choque de valores de una sociedad, que se debate entre el conservadurismo en que se justifica el castigo inhumano y el contexto abiertamente liberal.

En "Camafeos", cada mujer del libro está dotada de personalidad propia. Y se plasma con conmovedora palabra, con poesía hasta la sensualidad, la realidad que construyen para superar su propio aislamiento, y que el deseo y la imaginación les lleve más lejos de lo que limita la tiranía y la estupidez. 
Camafeos” es un texto poliédrico que retrata mujeres en los vértices, enfrentadas al entorno y que quieren decidir su futuro desde el momento en el que nacen.
El mundo privado de las mujeres es siempre un misterio fascinante que el libro contribuye a descifrar sin ladear la belleza. Hay poesía y hay verdad, ambas conmueven, para que la lucha, llegue un momento en que sea un recuerdo.
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Y, ahora, un resumen de las intervenciones de las mujeres del grupo de Teatro leído ”Canna brevis”.

1.- Medea/Diana de Paco. 


CARTA DE MEDEA
Queridos mortales... 
O no, mejor, necios mortales, os escribo desde los Campos Elíseos, donde habito porque yo quiero, no por voluntad de ningún dios del Olimpo.
(…) Esa mujer a la que ya podéis aceptar, soy yo: Medea de la Cólquida, mujer libre que anduvo el mundo y conoció sin límites todos los sentimientos humanos.
Pero vosotros, hasta hoy, me habéis reducido a la infeliz amante de Jasón, a la despechada mujer que este pobre hombre abandonó por no quiero acordarme ya de qué pelandusca.
(…) Me satisfizo mucho que fuera una mujer quien acabara con aquel montaje.
Y luego siguió uno y otro hombre, rey, héroe o quien fuera que tenía que ser.
Lo importante era yo, mi feminidad triunfante en un mundo de varones lelos, admirados infantilmente de su falo. Pobrecillos.
Jamás, espejados por el Gran Macho Zeus, hubierais salido del torpe patriarcado en que habéis vivido miles de años.

Viví, pues libremente, esclava por siempre de mi libertad, que incluía gozar, cuando acaecía,
de la pasión de un hombre. Nunca del amor. Los hombres no saben enamorarse.



2.- Calypso/Charo Guarino

Ya te marchas, Odiseo, entre las tropas aqueas, el más aguerrido, y, también el más caro a mi corazón. En él habitabas como señor, siendo yo una diosa.
¡Oh, desdichada de mí, infeliz criatura enamorada que despide al amor de sus amores! Los dioses varones no padecen de amor. Sacian sus apetitos y se alejan felices y desalmados de la estuprada, sea diosa o sea mortal. Fecundan y se van. (…)
Cerca de diez años me deleitó su viril cuerpo, curtido en mil combates y hecho a todas las calamidades.
(…) Y mi corazón de mujer, vacío queda, aún dentro de mi cuerpo de diosa.
(…) Junto a ella, junto a Penélope, ingrato Odiseo, verás ajarse tu piel y la de tu esposa.

(…) Pero nada de esto me consuela. Ni tu decrepitud, que en verdad no deseo, ni la desdicha de Penélope de saber que su cuerpo, si antaño garrido y joven, hogaño caduco y viejo se muestra. Sólo deploro tu marcha y que no hicieras ademán alguno por quedarte.

(…) ¡Ay de ti! Aunque, mucho más, sí, mucho más, ¡Ay de mí! Odiseo, ¡Ay de mí!



  
3.- Fátima/Loreto López.
      
FÁTIMA DE CÓRDOBA, MAESTRA DE IBN-ARABÍ


En la dulce penumbra del patio, al atardecer de este día de Otoño, veo al muchacho Elegido, el Mursí.

(…) De mí misma me río,
repensando estos recuerdos.
Con la misma inocencia,
que en otra edad yerro sería,
contemplo en esta víspera otoñal
-que también es la mía, nonagenaria soy ya-
a este muchacho.
(…) Al mismo modo en que una comadrona ayuda a salir a este mundo a los recién nacidos. Otros Maestros tendrá, más sabios que yo.
Y                  más piadosos.
Mas todos ellos verán la luz de fuego que arde dentro de su corazón.
Es la Luz de Dios,
¡Oh, quién como él, que habrá de conocer el dulce aniquilamiento en el Absoluto!
Pero está bien que le haga esperar.





4.- Catalina de Aragón/Leticia Varó.


Tus tristes ojos caídos,
me han susurrado, Infanta, el pobre destino que fue para ti ser esposa sin marido, mujer de Rey en tierra extraña.


(…) Escucha, pues, mis puros deseos de poeta que a tu recuerdo canta, y pídele a los dioses conmigo, sean generosos
en ese otro mundo en el que ahora hundes tu mirada.

Quién te volviera a tus tiempos de niña por los soleados patios españoles de algún Alcázar.

Quién, de tu honda pena de Reina engañada pudiera rescatarte, y devolver a tus ojos la luz ardorosa y cálida de aquellas tardes de España, … Quién pudiera darte,
Catalina,
felicidad tranquila
de mujer amada,

… Quién pudiera haber robado para ti las tardes grises, las mañanas, de las mujeres de tus villas y aldeas castellanas...
¡Quién pudiera!



5.-  Doña Mencía de Mendoza/Sonia Varó

Hubiera deseado ser, Doña Mencía, un humanista de aquellos que te visitaban en Breda,
cuando con el Príncipe
vivías en aquella ciudad flamenca,
de soberanía española.

Tú, no hubieras reparado en mí.
De esa manera, mis ojos estarían libres para observarte, sin temor de ser sorprendidos por los tuyos.

… No sé, Doña Mencía, cuántos hombres
se enamoraron de ti, de tu serena estampa
de mujer humanista, conocedora de lenguas, lectora de los clásicos en versión original.
...
Me pregunto si es que, acaso,
sea yo, en realidad, la reencarnación
de aquel humanista de acompañamiento
que iba a visitarte,
y asentía respetuoso y callado
a las conversaciones que los maestros
mantenían contigo, en las cortas vísperas
de aquella ciudad de brumas y encajes,
en la que lucías como fúlgida estrella,
en unas veladas que fueron,
sin duda, de las más brillantes de Europa.



6.-   Malinche/Ángela Sánchez Lafuente


Yo, señor, soy Malinche, no Malintzi en el idioma que para mí fue materno, ni Doña Marina en el idioma que me acogió como persona definitivamente. Quiero ser recordada por este apelativo: Malinche
Mi pueblo estaba atrozmente sojuzgado por los aztecas, y como muchos otros, ayudó a Hernán Cortés a destruir el oprobioso dominio de esas gentes del interior centroamericano que decimos hoy. Sí, cierto que los conquistadores fueron crueles, pero admitían hacerse de los suyos. Impensable evento para los aztecas. ¿Mi familia...? , mi familia, que era familia real, me vendió como esclava aún niña, junto a otras amigas.
Hernán Cortés me respetaba y reconoció al hijo que tuvimos, Martín. ¿Qué si hubo en mí más agradecimiento que amor? ¿Y quién sabe eso? Decidme algún caso en que el matrimonio haya sido sólo por amor. Intereses, mentiras, codicias, lascivia... han contaminado todos los matrimonios que ha habido siempre sobre la Tierra. (…)
 Dicho lo cual, Señoría, me vuelvo al triste mundo de la incomprensión, donde no habita el olvido, y el recuerdo insiste intemporalmente en malquistarme con todos.
Y por si alguien lo duda: ¡sí, mil veces sí­ me sentí amada por Cortés!


 7.-  Faryunda/Pepa Alcaraz


Quiero escribir breve elegía en verso
libre, como ella, por esta mujer de
nombre Farjunda, lapidada
en Afganistán, bajo la acusación, falsa, de
haber quemado un ejemplar de libro
sagrado para los musulmanes.
Si fuera verdad, Farjunda,
que hay nada luego de la vida,
tu muerte habría de bastar
para construir, de inmediato,
un paraíso de tolerancia y bondad,
donde lo que llamamos
valores femeninos, no fueren sino valores humanos
de todos. Donde, expulsados
prejuicios, maldades y sinrazones,
florezca, no la ñoña bondad
de un cierto inane limbo inocente
donde todo es infantil angelidad
y candidez , sino un lugar cierto,
donde el tiempo asimismo rija
las cosas y donde exista lo real
tal y como lo conocemos.
 Así lo quiero yo,
Farjunda, para que inocentes
como tú gocen como en la Tierra
los amores y los placeres verdaderos,
que son los únicos
que hemos sabido que existen.
Un lugar sin excesos...
pero como éste de aquí,
donde puedas gozar de familia y amigos
de tus deudos todos, en paz,
sin desasosiego alguno,
y donde nunca estén, ni arrepentidos,
los sanguinarios mastuerzos

que sádicamente gozaron de tu muerte.


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(Para leer estos textos completos y hasta los 26 de que consta: acúdase al libro. ¡Hazte con él!)