domingo, 6 de noviembre de 2016

(...y 7ª entrega).- NUEVA YORK EN DOMINGO

   
 ¡Ah, el cine y esta ciudad! Nueva York y el CINE tienen una relación larga e intensa en el tiempo y en los temas. Se ha visto tanto y desde infinitas perspectivas que la reconocemos magníficamente, incluida su evolución. Innumerables rincones son escenarios de cine y TV.

     La lista es amplia, muy extensa, desde “El Padrino” hasta “Gans of New York” con Leonardo di Caprio, y cómo no, la mayoría de películas de Woody Allen están rodadas aquí. 
      Así como las de asuntos policiales, con el puente de Brooklyn, los Juzgados en el singular edificio representativo y la escalinata donde se cruzan abogados, querellantes y periodistas.
   

    La 5ª Avenida trae, entre otras, a “Desayuno con diamantes” con Audrey Hepburn, (de acuerdo con la novela "Desayuno en Tiffany's")


      También las películas de catástrofes enormes, como «Godzilla» o «Independence Day» (todo a lo grande: es Nueva York).
      Ya sabemos: catálogo interminable, lo que transmite el sentir de que reconocemos lo que vemos y no somos extraños aquí.


      Tres palabras (“domingo” y “Nueva York”) evocan películas. De entre muchas, “Sunday in New York”, (1963, que protagonizó Jane Fonda). Y otra “Un día en Nueva York (On the Town)”, un musical estrenado en Broadway, llevado al cine, con Gene Kelly y Frank Sinatra como protagonistas; (De la ‘prehistoria’, ¿verdad?).


Y porque sería inacabable comentar sobre cine relacionado con Nueva York, volvamos al recorrido en domingo.

25 septiembre. Llegada en metro (subway) a la Estación Central. Una vez dentro, compulsivamente, surge la expresión:

    ¡La escalera de ‘Los intocables de Eliot Ness’! 

   —    ¡Está igual!


   —    Solo falta el carrito del bebé, en su interminable bajada. 

    —    Estación Central de N. Y.: Lugar precioso.



    Sí. E incluyendo a los ‘marines’, militares de vigilancia por las amenazas del terror.


     (cuidado al tomar fotos en la estación, en el aeropuerto y otros lugares, …por si acaso llaman la atención y surgen problemas que, en este asunto, la sensibilidad es compleja y a flor de piel).




  Habíamos dejado el relato neoyorquino en el final del viaje en ferry, que ayuda a hacerse una idea (aquello fue mucho más duro) de la llegada de inmigrantes europeos a América.


   Ahora es transporte diario de traslado de trabajadores y turistas: una humana muchedumbre en trasiego.

     Tras el desembarco en Manhattan continúa el día más largo.


En un recodo de Broadway se encuentra, a poca distancia de Wall Street, ¡el toro monumental!

Una escultura en bronce de 3.200 kilos, de un enfurecido toro embistiendo, (Charging Bull) también conocido como ‘Wall Street Bull‘, en el distrito financiero de Manhattan, muy próximo a Wall Street. Simboliza la fuerza y el optimismo en las finanzas, pues los toros, al embestir, lo hacen hacia arriba, al igual que el gráfico de la bolsa cuando sube.
¡Qué éxito de público y …toqueteo!

Es habitual la cola para fotografiarse junto al toro; con tocarlo se busca suerte y prosperidad económica.

Y llegamos a Wall Street, el centro mundial del capitalismo más puro. 
También el cine se ha ocupado de la historia y de los protagonistas, en este edificio y en la calle, en un clima malvado de diferentes momentos históricos, desde la fría desgracia en la crisis de 1929 hasta la cruel y reciente crisis de las hipotecas-basura.

     Wall Street, el océano en el que desemboca el oro en ríos de todas las partes de la tierra. Y también la tragedia.
   A donde corren desde sus fuentes lejanas ríos de oro de todos los colores. Y entre ellos los ríos árabes llevando millones, víctimas y ofrendas al Gran Ídolo.




Es el sur de Manhattan. Al final de la calle está Iglesia episcopaliana de la Trinidad (Trinity Church), de confesión episcopal situada en la intersección de Wall Street con Broadway. 

          Hay cabida para anécdota.
     Celebran la Misa solemne de domingo a las doce. Entro con decisión atraído por lo monumental del edificio religioso y las cristaleras.
Una chica con identificación de la organización eclesiástica me dice:
    Excuse me, sir.
Y me pregunta si voy a comulgar (es el momento).
Mi trayectoria va descaminada e inconveniente.
    No, —le respondo negando con la cabeza. Me ruega que no siga avanzando hasta el altar mayor. Me he equivocado, es una negligencia por mi parte. Y me disculpo.
Obviamente le hago caso, es lo justo.

Cabizbajo, abandono la iglesia.
 Y entro en el histórico cementerio que la rodea y que se ve desde la calle.
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     Día de hacer compras: es domingo pero los comercios están abiertos. 
      En las cercanías están los Almacenes Century. Muy grandes y con varias plantas de mercancía. No tienen las zapatillas deportivas que yo busco. No me interesa comprar otras cosas.

       Caminar da hambre y es la hora de comer.     
       Entramos en una Deli Grocery, que venden comida al peso. Como en bufet, se elige los alimentos y el empleado los pesa, descontando la tara de los platos, claro,  y emite el ticket de pago. 
            Comida sencilla, ligera pero esto es Nueva York turístico y, por tanto, de precio elevado, como los rascacielos que nos rodean.

             Estamos muy próximos a la zona cero del 11-S.

      Por lo que hay confluencia de personas. Gente de lo más diversa, con diferentes acentos lingüísticos.


    Y la luz de la tarde se refleja en las fachadas de espejo de los rascacielos. Al fondo, el edificio de Calatrava. 


          Hoy es el día largo y apretado. Tras el café, a las tres y media, ya en marcha.

        Reagrupación en la puerta de otra iglesia: la de san Pablo.

      Esta aproximación a la ciudad significa un abrazo a Nueva York.

       Caminamos hasta el puente de Brooklyn.
 (Nuevamente surgen referencias cinematográficas, es lógico). 




      En este puente con doble vía paralela, el tráfico rodado va por la de debajo.          
Arriba los peatones y el carril bici... 

Es un doble puente que cuenta con interesante historia, plagada de anécdotas. 
 Como la de que una mujer que por allí andaba, tropieza y cae, lo que dio lugar a que el puente se considerara inseguro. Para desmentir lo que se consideró un bulo, el ingeniero aprovechó la presencia de un circo en las cercanías: alquiló y sacó a pasear a los elefantes por el puente durante todo el día. Con más de cien años, ahí sigue.

    Un grito del interior:

    ¡Puente de Brooklyn!

       Nueva York, cuerpo de color cemento y de asfalto, en el que reconocemos su arquitectura, sus gentes, su insomne movimiento.



        El río nos devuelve grito:


        —    ¡Verteré sobre ti un elixir  y te daré larga vida!


     Conocemos que el ser humano se emociona con diferentes elementos y se altera, con los edificios, con las calles, con la música, con el arte. Es siempre subjetivo y cada quien reacciona de manera diferente.

                   Como lo hiciera García Lorca en su célebre libro, Poeta en Nueva York, seguimos y caminamos por el mapa de una ciudad vital, desmesurada y atrayente.  Reverberan los versos de García Lorca en su Oda a Walt Whitman:

Por el East River y el Bronx    

los muchachos cantaban…
Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban…
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados...
(…)
    Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas…

       Conmueve el ánimo.
      Es algo subjetivo, claro. Y como tal, difícil de nivelar para todos. Cada cual siente a su modo y lo mide según entiende. ¿Se pueden medir las sensaciones, el impacto emocional?
       
       La más sencilla de las cosas es la palabra y contiene en sí todos las mundos. En un lugar transcurre la acción, es un instante. La palabra envuelve a todos los lugares, todo el tiempo.

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Es un día de Compras. Caminamos desde el puente de Brooklyn hacia Chinatown. 

Quedamos en un punto de retorno. Por lo que cada quien va a sus compras según previsiones, encargos y gustos.



Ahí enfrente está lo que queda de la Litle Italia: solo subsiste una calle de lo caracterizada y afamada que fue. Las tiendas siguen, pero regentadas por pakistaníes e hindúes. Y los chinos al acecho para ir invadiendo pacífica y comercialmente.
      “Italia es Eatalia” hay escrito en una bolsa. De la Litle Italia solo queda esto. Hoy celebran al patrón, san Genaro, los puestos ocasionales son de comida, en medio de la calle, que tapan a las tiendas y sus gestores muestran su incomodidad enfada, porque dicen que dificulta la entrada de compradores.
Mucha gente.
          Camino despacio porque no se puede ir más deprisa. No me agrada el olor de comida. En la hora que es no siento apetito por lo que ofrecen. Los puestos de comida están abarrotados de gente engullendo supuesta comida italiana.
            Sigo paseando, en la observación del lugar.   

         Noto una leve presión en el bolsillo izquierdo trasero. Noto la sombra y la presión. Alguien me empuja con todo el cuerpo. Casi automáticamente me intereso alarmado por qué puede ser y mi mano, en el camino del bolsillo trasero izquierdo, se tropieza con el puño de una chica que pretende hurtarme el contenido. Busca quizá la cartera, que no la llevo ahí sino en el bolsillo de delante del pantalón vaquero al que hasta a mí me cuesta acceder. Se ha confundido con la bolsa de pañuelos que llevo en el bolsillo de atrás
Le agarro la mano. Ella se suelta con un gesto violento, sin mucha resistencia por mi parte, pues no la he atenazado. En la consideración de que no se ha consumado el hurto, y en la probabilidad de que podía estar cerca algún compañero/cómplice de fechoría que pudiera agredirme, con la excusa de que me he convertido en agresor.
Seguidamente, la chica levanta las manos como hacen los futbolistas ante el árbitro excusándose de cometer falta.

      “¡No he hecho nada!”. ("I did nothing!”, me dice en inglés).

      Rápidamente decido salir de aquí, pues considero que soy un objetivo y tengo cierto susto.
       Además, no me interesa el tipo de comercios: cutres y caros.
      Llego a la acera y voces elevadas de tono me hacen mirar hacia el interior de una tienda, donde reconozco a una compañera del grupo de viaje, y observo que uno de los dos empleados, quizá indostaní, reacciona groseramente ante el regateo por el precio de una camiseta, y la llama stupid. Mi gesto es de que abandone el local, lo que hacemos sin mediar palabra.
        Ya fuera de la tienda, comentamos el hecho y le refiero el mío.
Cruzamos la ancha calle y de nuevo en Chinatown.

      ¿Te apetece un café? —le propongo, tras los incidentes.

       No puede llamarse cafetería a lo que es un local nada llamativo sin distinción ni elegante. Las empleadas son de semblante asiático. Sin prisa —hemos quedado en pocos minutos con el resto del grupo—, las chicas nos sirven los cafés para llevar.
 
        Un café, 3 dólares.

     Quizá debiéramos haber cruzado la calle nuevamente, algo más abajo, que hay un Starbucks, cafeterías de moda.

      Concentrado nuevamente el grupo, dejamos atrás Chinatown.

 
   Llegamos el SOHO. 
 Destacan las edificaciones arquitectónicas características de principio de siglo XX.             Espacio protegido.
         Entramos en la calle Verde (Green Street).
Las tiendas de diamantes y piedras preciosas regentadas por judíos.

  Al paso, vemos la tienda de modas de la hija del beatle Paul McCartney.
También la de ‘Victoria secret’. (Otra compañera compra 5 pares de bragas, en oferta. Nos las enseña: ¡preciosas!).

     El nivel de creatividad, la originalidad y la imaginación que existen aquí, en sus escaparates y calles son signos propios de una sociedad en continuo movimiento.  



Cae la tarde, se van encendiendo las luces.

     El Empire State building, iluminado, nos acompaña con su mirada de luz.
Hay compañeros de viaje que acusan el cansancio. 
Quieren regresar cuanto antes al hotel, les comenté:

           —      Otra experiencia: subirte a un taxi en Nueva York.

             Los demás seguimos caminando.
    (Lo que se comenzó en subway, luego en ferry, sigue y concluirá a pie).


       Regresamos por Times Square, el lugar, entre otras cosas, de los gigantescos anuncios luminosos, donde chicas en top less se hacen fotos con los viandantes, a los que cobran por ello.  
       Inmensidad de gente en calles, plazas y avenidas.
      Y policía, mucha policía.

     Un domingo completo en Nueva York:

      Es increíble —me dije—. Increíble, de verdad.

Las sirenas de ambulancias y policía no estremecen a los conductores. Las de los bomberos, distinta y característica, como sirena de barco, sí: se abre paso rápidamente a quienes son considerados los héroes de Nueva York.

       Los teléfonos móviles también sonaban. O quizá se repasaba las fotos hechas.

Lucha de perspectivas en las escenas cotidianas. Todo está a punto de suceder y a la vez ya ha pasado. Solo se puede contar estas historias con voz susurrante y sin afectación.
La lumbre de estas voces
viene de adentro
y yo no sé su nombre.

En una especie de diálogo polifónico, las voces de la luz deslumbran el presente, ante los misterios recónditos del enigma de Nueva York.

        En el hotel no nos ha dado tiempo a ver televisión, ni periódicos, ni revistas, salvo en el tiempo del desayuno, donde nos enteramos del debate entre D. Trump y H. Clinton.

Noche, antes de dormir,
vive la alegría más pura
la de un cielo en medio
del sueño que no se escapa,
la emoción solemne
y la alegría más pura
de un día en la ciudad grande.

    La vitalidad de una ciudad en continua transformación y crecimiento. Con propósito de volver.

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ADENDA.- Ampliación de contenidos.

         Había que acabar el relato del viaje. Y lo hacemos aquí.
      Conscientes de que hay ausencias de lo que se vio y sería extenso seguir diciendo las impresiones y anécdotas de esta ciudad capital del mundo:

· Central Park.











     
       · La opulencia y la pobreza: el Banco de América, con sus cristaleras-espejo dispuestas de tal modo que simula un barco en navegación. 


       
En Nueva York también existen los homeless.

        Y habría que observar por qué ocurren esas situaciones de pobreza extrema en una estado donde la tasa de paro no llega al 2%. 







· Comentar la importancia de los edificios religiosos, catedral de san Patricio, con sus dibujantes y pintores que se inspiran en el templo.


 y la de san Juan el Divino. 








· Hablar de los edificios singulares de Manhattan: el Crysler, por supuesto.


· Y de la visita a la terrazas del Rockefeller Center y del Empire State.

· De la declaración de aduanas y la conveniencia de llevar relleno el impreso que, obligatoriamente hay que entregar antes de salir del aeropuerto. 

      Laberinto administrativo en el que los agentes de inmigración y aduanas comprueban una y otra vez, junto con el pasaporte, y hasta hacen preguntas al respecto.




       · El edificio de la ONU (Naciones Unidas) 








· La tumba del general Grant. 


· Opera House, de Nueva York

· Y ¡tantos otros y muchos más lugares y paisajes neoyorquinos!

(Hasta otro viaje).

1 comentario:

  1. Vuelvo a "robarte" una frase para contestarte, porque lo resume todo: "La palabra contiene en sí todos los mundos". Tus crónicas han contenido Nueva York, con tus impresiones, tus experiencias ( hasta las malas, como esta última del conato de robo), tus imágenes, tu mirada, tan personal. Ha sido todo un placer viajar contigo, y en absoluto me ha resultado aburrida. ¡ Si no, no habría llegado hasta el final...! Así que ve pensando cuál será tu próximo destino, anda. Siempre das una visión de los sitios única. Porque tú eres, también, único.

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