miércoles, 13 de julio de 2016

RÍO MIÑO COMPARTIDO, FRONTERA ENTRE ESPAÑA Y PORTUGAL; (fragmento I)


   
    Soy de una generación habitada por solidaridad y trabajo en los horizontes. Como si en el cielo hubiera más de una luna. En los viajes soñados, la fuerza de la gravedad es la misma en todos los espacios.

       En la infancia del pueblo cuando, en los libros de la escuela, ­—escasos de dibujos, casi ninguna foto—, se leía algún capítulo concreto de Geografía sobre los ríos de España, lo del agua del Miño resultaba maravilloso en su contraste: ¡tanta agua allí! que se vierte al Atlántico, tan lejos de Murcia, la seca.
      La región de Murcia y Alicante, de tierra fértil y clima apropiado para las plantaciones todo el año, necesita del agua: no la poseen. Y ha de buscarla afuera: la que le llega no es suficiente, a través del trasvase Tajo-Segura, tan controvertido y protestado por los castellano-manchegos.

El sueño del agua necesaria y su proporción racional.

      
Se dice en Galicia que "el Miño lleva la fama y el Sil le da el agua" y es verdad. Pero, ¡ay!, el Sil da un agua muy contaminada al Miño.

        En los años 80 del siglo pasado se planteó tímidamente la posibilidad de que se hiciera un verdadero trasvase abundante, casi inagotable: del río Sil, afluente del Miño, hasta el Segura y el Júcar.
    Evidentemente, no se estimó siquiera. Alguien advirtió ya tanto de la elevada contaminación del río Sil como de los fabulosos costes que hubieran supuesto las faraónicas obras.

(Una alternativa se proyectó ya en este siglo XXI, pero no se empezó: llevar agua desde la desembocadura del Ebro hacia toda el área mediterránea hasta Almería).





      Había que llenar la mirada de agua.
      La del Miño y la del Atlántico.


       Y allí nos llegamos, al monte de Santa Tecla, paraje elevado, en el municipio de La Guardia (Pontevedra), donde desemboca el río. Este día no fuimos todos, pues era una excursión opcional y hubo quienes, legítimamente, prefirieron otros itinerarios y actividades. 

Manifiesto el estremecimiento, emocionada e inquieta vibración ante la visión del río Miño en su desembocadura. Pues contiene significado añadido para quien esto escribe, habitante en la ladera del río Segura, en tierras secas de Murcia. 

 

Busco una sensación parecida, tangencial, salvando la distancia, la calidad sin comparación, aparece la vanidad de decir—, la he encontrado en  Cervantes, cuando escribe sobre lo que sucedió a don Quijote en el capítulo 61 al llegar a la playa en Barcelona, la víspera de la noche de San Juan:

 

Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera, que en la Mancha habían visto”.


        Intento una palabra emocionada, un poema en el momento. Y pienso en esta agua que no emigra. Y así quisiera que fuera desde el Miño-Sil hasta el Segura.
      
"Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar
que es el morir"

(dijo Jorge Manrique en el siglo XV)
    

Sobre el río Miño
vuela la mirada.
Cesa el lejano sueño
de los días de la infancia.

Sumergido en las alturas,
paisaje de música y verdad,
ya es más que un nombre vivido,

El agua avanza hasta el océano
en mágico círculo,
tan bella como los otoños.

Canto a la belleza
del agua perdida,
canto al goce de tiempos añorados,
canto también a la libertad.
Y a la melancolía por el agua
ida para siempre.

No existe la espera
para las tierras sedientas.
Ciega morir de sed
y no se halla verde
los ocres se refugian
debajo de los árboles,
en los álamos de las riberas.
Y solo queda escarcha y piedra,
lirios negros de luna
cuando se hace luz.
Caen las agujas de pino.
Las sombras y los sueños afligen igual
y solo el viento escribe palabras.

Río que bebiste el agua clara
de la fuente Miña,
te entregas al cauce,
sonríes y te vas, con sigilo
entre el granito y la larga claridad del día.

Te digo, río invisible,
Que la renuncia y perder
es arte difícil.
Río que llevas las lágrimas
de los que te viven
y de quienes olemos el sueño
de que seas arroyo perpetuo
de la tierra fecundada,
sin que pasen más siglos.

Río irreversible como el tiempo,
al paso de tu agua
pondremos flores pues eres amado,
cumplirías los sueños
en el agua que corre
y fluye y pasa y sueña.


      El poema, tiempo detenido y vagabundo, nunca acaba porque es un instante en el camino, ánimo y tiempo, aroma y música de lo que se percibe.

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Poco menos que ANÉCDOTAS.

        La vida continúa y no es casi nunca poética. Pero enseña con los hechos y las acciones. Son las pulsiones que observamos del mundo.
     
Mari, la de Paco el del bastón, camina con la sandalia rota, la suela despegada, sorteando con decisión el peligro, saltando por las rocas, sin renunciar a la visión de este espacio. La mirábamos y conteníamos la respìración por si...

      La verdad es que había que verlo, porque a quien se le cuenta no se lo cree: la sandalia, levemente enganchada al pie, se descoyuntó completamente ya cerca de las tiendas del mercadillo. Allí, con indicación de Paco, el mercader unió con abundante cinta adhesiva la sandalia a la suela. Y así, Mari pudo continuar hasta que, ya en Portugal, a la tarde, se compró otras sandalias.


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     La otra anécdota surge como una víbora entre las ruinas de la inteligencia. En el espacio mínimo, discreto del aseo público que allí en el monte había. Como siempre, la espera en cola afecta al asignado a las mujeres. El de los hombres tiene mayor fluidez.

     Había dos niños de unos diez años que hablaban con una señora —que, probablemente, era su madre— y estaba en la cola de género. También alejado de la puerta de acceso al urinario varonil hablaba un jovencito con los niños.
    Pregunté por el turno y nada respondieron.
    A todo esto, salió del lugar discreto un hombre, por lo que aproveché para el inaplazable y necesario alivio de la vejiga.

     Al salir, estas cuatro personas que he nombrado (madre, dos hijos y un jovencito añadido), sin mirarme, expresaron su malestar diciendo:

-      ¡Qué ‘morro’, se ha ‘colao’, ha pasado antes que nosotros!” –decía el adolescente.
-         
      La mujer meneaba airada la cabeza en apoyo de esa 'razón' y me miraba con desprecio acusador.
      No me contuve y les expresé, también en voz alta, lo que era una realidad evidente:
-         
-      Pocas ganas tendríais porque no estabais atentos en la espera y tampoco os habéis dado cuenta de que hay tres piezas sanitarias y se puede entrar de tres en tres.
-         
         No soy joven pero todavía no soy viejo. Miro todas las piedras que me llaman, para esquivarlas o para apoyo y asiento.
Los cuatro se miraban con cierto asombro cómplice entre ellos, entre el cabreo y la sorpresa, de que un hombre mayor les hablara claro y con decisión:

-       “Y sigo pensando –continué- que poca necesidad de aseo tenéis pues estáis refugiados cerca de la mamá, por si os pone un pañal, porque vosotros ni para mear servís”.
-         
        Sin mirar atrás ni esperar respuesta, que habría sido nuevamente inconveniente o polémica, sin quedar en las pisadas, me fui. (Cosas que pasan y que también forman parte de la vida).

 
     Afuera, allí abajo, estaba el río Miño, que ya no recuerda su inicio, entregando su agua al océano. Entre España y Portugal.

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(Hablaremos, en la próxima entrega, de la comida y la breve estancia en Portugal, en Valença do Minho)

2 comentarios:

  1. Olé, Juan. Sensaciones, anécdotas, vivencias, poesía… Eso es la vida, y un viaje es vida condensada, intensa, para saborear después a capricho, y para compartir, como haces tú. Gracias.

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  2. ¡ Anda que despachaste bien, con colofón incluído, a esos niños y a esa mamá...! Para compensar, un poema, esas fotos y tus descripciones que siempre, siempre, nos quieren llevar a esos lugares que has visitado tú primero. Y a fe mía que lo consiguen...

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