lunes, 21 de diciembre de 2015

LOS SOFISTAS: AUTOCRÓNICA TARDÍA, EN UN RELATO APÓCRIFO, INMODESTO Y DESENVUELTO.


FICHA TÉCNICA

Asociación Cultural de Docentes de Murcia. (ACDOMUR). Real Casino de Murcia.

Modalidad: conferencia-coloquio.

Título: Los Sofistas: Esos tipos estrafalarios.

Fecha: 30 noviembre 2015



(Agradecido porque ACDOMUR me tuviera en cuenta para su programación. Acepté participar con gusto.
He decidido escribir mi propia crónica: ¿por qué no? Sin pretensiones ni vanidad añadida, pero resuelto a hablar de todo esto, porque ocurrió. Un relato mezcla de ficción y realidad, a modo de resumen, de testimonio, o eso espero.
Y como el de la medida, el “homo mensura”, soy yo mismo, me permito esta cantidad de texto, pensando en quiénes no lo van a leer. Pero, por si acaso, he recogido en relato lo dicho en la conferencia).
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   A este escenario del Casino de Murcia y en un momento de otoñal primavera, acudo a la llamada de ACDOMUR para hablar de los Sofistas. No es cuestión fácil, ya que de inicio, en el inconsciente colectivo, se parte de una cierta mala fama del ‘Sofista’.


     Lo entendemos como un incentivo que, con esfuerzo y búsqueda de equilibrio, se limpie de barnices y nos aproximemos lo más posible a lo que fueron y son los sofistas. Somos herederos de la Grecia antigua, y nos interesa serlo.
      Un relato casi nunca es lineal ni objetivo de fotógrafo, y preocupa, especialmente, cómo concluir. Comencemos, en esta reconstrucción de la charla-coloquio, sin más. El resto viene solo. Espacio, pautas de luz y tiempo, fundamento en la regla filosófica de la pregunta.

     Que hablen los personajes, que no son héroes pero participan en la batalla, sin pretensiones de originalidad, con criterio y voz propia. Hasta que se descubra la influencia que tiene en nuestras sociedades actuales. En realidad, el de los sofistas no es tema que preocupe ni despierte siquiera curiosidad. Y aquí lo tenemos, al despertar de un sueño mínimo.

     

    En un lado, sobre la mesa iluminada, se posan un sombrero de copa, “…que usan todavía en el mundo los prestidigitadores y los académicos”, y un fular, queriendo indicar una sofisticada distinción, una pretensión de estilo y personalidad, un toque para un paseo urbano en el que ser visto, en esta presencia simultánea del presente y el pasado, con la pasión por los siglos lejanos.

      Alegorías que arbitran el acto, elementos más allá de lo estético. Símbolos de la condición formal, de testimonio del paso del tiempo, restablecimiento y renuevo. Es el paisaje y el sentido del tiempo.
          Con un discurso al alimón, como apertura, comenzamos.

RÉTOR: Señoras...
ATHINO: ...y señores: ante ustedes, intentamos…
RÉTOR: … una conferencia al alimón.
ATHINO: Argumentos, que sabemos distintos, expuestos aquí.
RÉTOR: Juntos, el filósofo de aquí a mi lado, y yo, hablaremos de los Sofistas.
ATHINO: En estos círculos, las expresiones las forman palabras vivas, que saludan con su voz propia a quienes están aquí esta tarde. Y diremos del Sofista qué es y qué representa, en la persona de quien me acompaña.
RÉTOR: Repitamos el nombre de Sofista hasta que se rescate del olvido.
ATHINO: Pondremos nombres en el aire, para que suenen en todos ustedes.
RÉTOR: Porque, señoras...
ATHINO: …y señores...
RÉTOR: ¿Dónde está, en los espacios de esta ciudad, la plaza con el nombre de un Sofista?
ATHINO: Calles dedicadas a filósofos sí que hay.
RÉTOR: ¿Dónde hay un monumento a quienes fueron los protagonistas de la Democracia griega?
ATHINO: Ellos enseñaban en el ágora, ¿dónde está el parque Protágoras? ¿Y la Avenida de Gorgias?
RÉTOR: Los filósofos…
ATHINO: …y las filósofas…
RÉTOR: dan nombre a librerías, bares y tiendas.
ATHINO: Porque se han ganado el reconocimiento.
RÉTOR: …o porque sólo tiene sentido poner su nombre a una calle.
ATHINO: Porque fueron y son importantes.
RÉTOR: Pero nadie sabe qué dice un filósofo. Se les emborrona con que son personas extrañas.
ATHINO: No es así. Como señalar a los sofistas como inmorales.
RÉTOR: No lo somos.          
ATHINO: Pero no buscáis la verdad.
RÉTOR: Enseñamos lo que hay, lo útil. Y allanamos caminos para ganar.
ATHINO: Sin que os importe la verdad.
RÉTOR: La sociedad es una jungla en la que hay que llevar un guía que abra caminos. Se necesita a un sofista.
ATHINO: La selva está en el interior de cada quien. Y el camino es aceptar las respuestas y conclusiones a que lleguen, en la búsqueda de la verdad; que no se lo den hecho ya, como hacen los sofistas. Se necesita un filósofo.
RÉTOR: Sólo la verdad no basta para atravesar esta vida. Hay que participar, defendiéndose y alcanzar metas.
ATHINO: Pero no de cualquier manera. Hay que atender a los intereses de la sociedad, de la polis y del estado. Y luego, los propios.
RÉTOR: Como organizados que somos, enseñamos lo que nos piden y haga falta para superar los inconvenientes. Y, que lo sepas, creemos en la Grecia de todos, podemos vivir nosotros, que no somos griegos de nacimiento, y consideramos a Grecia nuestra tierra y a los griegos nuestros hermanos.
ATHINO: Tus palabras son de espuma y sonido de campanas, pero que sólo oyen quienes tienen dinero y quienes lo buscan.
RÉTOR: Nosotros somos la voz del pueblo, no la de los aristócratas.
ATHINO: Y a ese pueblo le apretáis para obtener sus pagos.
RÉTOR: No obligamos a nadie. Ellos nos buscan.
ATHINO: Caminemos esta noche por el sendero de la vida, donde crecen los sueños y la voz.
RÉTOR: Oigamos la música y bebamos los licores con la muchedumbre en sus versos.
ATHINO: Vivamos en las normas de la ciudad, más allá de las formas.
RÉTOR: Brindemos por la enseñanza.

     

          Avanza la tarde. Las lámparas colgantes están encendidas. Silencio solo quebrado por el movimiento de las palabras. La vida continúa en esta ágora.


    ¿Quieres saber una cosa? —susurra un espectador a quien tiene al lado.

    ¡Ssssstt!, -suena cortante la expresión condensada de un anónimo cercano.

         Silencio fragmentado por los ecos de alguna tos. Estamos ante una partida en torno al Sofista. Y hay dos jugadores: RÉTOR y ATHINO.

-    Habla bien el sofista, -insiste el inquieto espectador.

-    Baja la voz, -le indica el compañero-. Sí, lástima por la mala reputación del sofista, con lo brillante que es.

-    Y ¿qué me dices del calificativo de “locos” a los filósofos?

-    El ataque habitual a los pensadores. A quienes piensan y lo dicen, por si acaso, se les descalifica. Como si pensar fuera una enfermedad o una manía sombría.

-    ¿Tú los percibes como estrafalarios?

-    ¿A quiénes?

-     A los sofistas.

-    ¡Qué va! Al contrario.

-    Tampoco a los filósofos.

-    Esto es más que un juego: un diálogo limpio.

      Sonrisas amplias, intercambio de palabras que se suponen vivaces y optimistas. Enseguida, silencio.

-      Esta noche dedicamos el tiempo de “Ágora viva” a hablar de qué puede ser más importante: ¿La Polis o el Hombre? ¿Filosofía o Sofística?, - especifica Rétor, elocuencia en el rostro y en la palabra.

-    Tema interesante a la vez que difícil, -despunta Athino con un tenue brillo de humor en los ojos-. Cuestiones de algo quizá árido. Intentaremos resulte ameno y cercano para todos ustedes. Superar los tópicos en torno a los Sofistas y a los Filósofos, acercarlos. No son extrañas entre sí estas órbitas. Se necesitan, se relacionan, a menudo se confunden.

-    Cada tiempo histórico crea y tiene sus gestores. Terminadas las guerras en la Grecia del siglo V a. C., el de Pericles, la paz normalizó la vida política, con el advenimiento y auge de la nueva forma de organización social: la democracia, que necesitaba gestores distintos y eficientes, para los que ya no servían los modos de la aristocracia, -explica Rétor-. Hablemos de filósofos y sofistas.

-    Si bien la democracia griega no fue el «paraíso en la tierra», supuso un progreso todavía hoy aleccionador en muchos aspectos, -perfila Athino-. Se resquebraja el orden jerárquico y el poder de los aristócratas. La igualdad política y social es la nueva situación para la que se necesitan inéditas habilidades y una nueva cultura. Este estrenado espacio lo ocupan los Sofistas y sus alumnos-clientes.

-    El éxito o el fracaso de las acciones ante los jueces o las instituciones políticas –continúa Rétor-, dependían principalmente de la habilidad oratoria y de argumentación en los juicios populares. Los sofistas son, por tanto, los actores de la democracia, en oposición a la aristocracia conservadora.

-    ¿Podrías decirlo de modo más claro y dinámico? –pide Athino-: discurso largo, retórico, organizado… pero difícil de entender. Hablas como un sofista.

-    El sofista, -sigue Rétor-, es un profe­sional de la enseñanza. Lo que, en sí, es una novedad histórica absoluta. Estudioso, pensador, profesor itinerante y orador de éxito, transmitía noticias (lo que hoy es un periodista) y experiencias. Conse­jeros políticos, embajadores cosmopolitas: eran hombres prácticos brillantes y triunfadores.

-      A los sofistas se les tiene por estrafalarios, -señala Athino.

        Un revuelo se produce en un lateral de la sala, cerca de la puerta. Entra un hombre vestido con desaliño que se apoya en un palo como báculo y cayado a la vez. En las gradas se producen murmullos y comentarios.

        Camina despacio, se detiene y así habla:

-     Me llamo Basúgenes. Y todos me conocéis. No tengáis miedo, pues no soy violento. Me visto como necesito, no preciso de más. Nadie debe de molestarse por eso.

     
      Hombre flaco, de rostro anguloso. Viste de traje mugriento encima de un jersey cuyas mangas asoman bajo los puños de la chaqueta, y una corbata por encima de traje y jersey.

 -    Diga a qué ha venido, qué quiere, Basúgenes, -Rétor, irritado, eleva la voz-. Usted no ha sido invitado.

  -    Solo quiero ser parte de la conversación.
Y advierto dos errores —dice Basúgenes—. Tendría yo que haber figurado ahí, incluido como ciudadano para debatir: ese es el primer error. Pero no hay sitio para la disidencia. O sea, que son dos errores.

   -     Escuche, Busúgenes, -clama Athino-, usted no está en esta mesa, porque no admite regla alguna.

-    Tú y tu compañero defendéis los intereses del dinero. Os olvidáis del ser humano y de la Naturaleza.

        Basúgenes el Cínico mira con la distante expresión de quien lleva un invisible impermeable por el que resbalan los argumentos.
Athino, con gesto de petición, camina hacia Basúgenes, le sonríe y le indica con ambos brazos la dirección hacia la puerta de salida.

    Sí, de acuerdo, me voy, ya me voy. —El Cínico, con mueca teatral de resignación, asiente.

El público emite un rumor de alivio, como algo que acaba al tañido de una campana.
 
  No hay mejor ejemplo para decir qué es lo estrafalario, -dice Rétor.

  Al menos sirve para diferenciar a los Cínicos de los Sofistas; os ha hecho un favor, -apunta Athino.

    Ellos forman escuela, como vosotros, los filósofos. Nosotros, no, -precisa Rétor-. Los Sofistas no somos estrafalarios ni extravagantes.

  Ya imaginamos que los sofistas cuidaban mucho su aspecto para transmitir confianza y que les contrataran, -asiente Athino.

  Los Sofistas somos organizados. Y seguimos un programa, con objetivos predeterminados para ser eficientes.

  Como filósofo, busco la verdad, en la ciudad, en el estado y en el ser humano. Y si cambian las condiciones, cambia el hombre y su búsqueda.

  Desde luego —dice Rétor con tono indulgente—, no niego el valor de la filosofía. Pero a lo que vienen es a que les resuelva un conflicto con un vecino, con una herencia o que quiere formarse para acceder a un cargo público, o sobre cualquier otro asunto: buscan soluciones, no reflexiones sobre la verdad.

   —    Para encontrar el sentido de la vida y vivir en consecuencia: cada cual ha de encontrar el sendero de la verdad. La polis educa al hombre. Sócrates cree que es la ciudad la que conforma la conciencia del ciudadano y no la conciencia del ciudadano la que configura la ciudad.

  ¿Qué autoridad es la vuestra? –pregunta Rétor.

  recibes dinero por lo que haces. Nosotros, no.

    Exigís que el conocimiento, que afecta a todos los hombres, solamente pueda ser descubierto por filósofos, –afirma Rétor, en tono acusador.

  A los Sofistas sólo os interesan los resultados, los que sean favorables a vuestros clientes. Aunque haya que mentir, -afirma Athino-, o decir hoy una cosa y mañana su contraria. El arte de persuadir podía engañar. Platón os llamó ‘traficantes de mercancías del alma’.

  ¡Oh, qué cosas dices...! En la democracia se busca la igualdad de oportunidades. Y la gente sin ambición no va muy lejos.
 
    Ignoráis la verdad porque interesa que sea la mano del hombre y sus máquinas las que controlen al mundo. Vuestra frase preferida, la de que “el hombre es la medida de todas las cosas”, sitúa al Hombre como culpable y a la Naturaleza su víctima.


  «El Sofista» es el sabio, es la «sabiduría». Su instrumento, entre otros, es el «sofisma». Poetas o músicos y, en general, quienes tienen algo que ver con la educación en sentido amplio, reciben el nombre de sofistas, -manifiesta Rétor con orgullo-.

    Resulta muy difícil establecer con precisión el contenido y el alcance de las tesis que realmente de­fienden los sofistas, -apunta Athino-. Las diferencias con el filósofo son claras: el filósofo elige a sus discípulos, crea escuela; al sofista se le busca y se le paga, para que enseñe y adiestre: termina el contrato y se acaba la relación. Los fines de los sofistas eran prácticos y especulativos.

   
   Para un filósofo, con modelo en Sócrates, el código moral es la comunidad, la polis. Para un sofista, «El hombre es la medida de todas las cosas»
     El himno al hombre de Antígona es ejemplo rotundo: “Nada hay más asombroso que el hombre”, la ley moral y divina es más importante que las leyes del gobierno.


-    Los sofistas fueron brillantes y triunfadores, -manifiesta Rétor. Cuando llegaron a Atenas, con sus enseñanzas que apuntaban a cuestiones de políti­ca, un amplio público de jóvenes, ávidos de aprendizaje, los acogió con entusiasmo. Y les entrenaban en el arte de la palabra, en la necesaria elocuencia y habilidad: la Retórica,

-     Lo que es convertir ante los jueces o ante la asamblea, lo blanco en negro, -denuncia Athino-.  La gente alquilaba a un experto que le escribiese el discurso para conseguir éxito en la corte de justicia. El sofista, en la práctica, enseñaba a los hombres cómo conseguir que lo injusto pareciese justo.

-     Con esas afirmaciones conseguisteis desprestigiarnos, –se lamenta Rétor-. La palabra «sofista» no tenía al principio un sentido peyorativo. Un sofista era alguien que se ganaba la vida enseñando a los jóvenes lo que les sería útil para la vida práctica. ¿Qué puede tener eso de malo? El dinero que los sofistas co­bran, y que los clientes pagan, es «el más poderoso di­solvente» de la aristocracia.

-    Y la referencia última de la retórica sería la apariencia y no la naturaleza de las cosas, -proclama Athino-. El objetivo, la apariencia, la verosimilitud y no la verdad. La habilidad podía convertirse en trampa o engaño y, en consecuencia, el sofista podía ser un perfecto embaucador. La mala fama de los sofistas tiene que ver con esto. Y en que no seguíais la búsqueda y la razón de la Dialéctica de la filosofía.

-    ¿Qué tiene de reprobable que un profesor cobre por sus lecciones?, --pregunta Rétor-. ¿Cuál es la maldad de un programa educativo que ofrece, entre otras disciplinas, la matemática o astronomía, el estudio del lenguaje en to­das sus formas y la retórica en particular?

-    De los sofistas sólo puede decirse que cumplieron su función, -asevera Athino-. No crean ideas ni doctrina, solo organizan. No eran filósofos en el sentido platónico-aristotélico. Y hoy, entre otros, son abogados, publicistas y tertulianos. Ha significado la devaluación de las ideas y de valores indispensables, como el de la frontera clara entre la verdad y la mentira, nociones que andan confundidas en la vida política, cultural y artística. Es la influencia y presencia del espíritu sofista, que se ha trasformado y se mantiene, mientras la Filosofía desaparece de los planes de estudio.

-    Los sofistas –dice Rétor-, vinimos a satisfacer una demanda social de formación superior, exigida principalmente por un sistema político participativo e igualitario. Todo alentado por el círculo de Pericles.   Nuestras conclusiones son que gracias a los sofistas, la filosofía de Platón y la de Aristóteles dominaron. Y que, gracias a la idea central de hombre, floreció el arte, en su reflejo y muestra del cuerpo humano. 

  -    Según tú, no hay mérito propio en la Filosofía.

-    La sofística fue el símbolo del helenismo, -asegura Rétor.
La aceptación por Roma de la cultura griega, y de su sistema de enseñanza influyó en el mantenimiento y auge de los sofistas.

-    Para nosotros –explica Athino-, los Sofistas fueron gestores eficientes y profesionales, pero personas que también transmitieron una moral equívoca basada en el triunfo a cualquier precio.
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EPÍLOGO.- El uso de la palabra fascina, durante siglos, a la humanidad. Desde la tradición oral hasta lo bien construido, como el sistema de los sofistas. En siglos posteriores recuperó su sentido honroso. Como fue en lo que se llama Segunda Sofística. El siglo II d. C. es la edad de oro de los profesores; los sofistas están orgullosos de ser los educadores del mundo. Los grandes maestros de elocuencia creían firmemente estar realizando la más noble tarea.

           Para mantener su espacio, cuando se fueron degradando sus prácticas y desacreditando sus enseñanzas, los sofistas se acogieron a las extravagantes tendencias –aquí aparece el calificativo- que mostraron algunos de los sofistas más tardíos a sutilizar –sofisticar- sin fin. Buena muestra de ello son los 14 progymnásmata o ejercicios de Retórica, graduados de forma progresiva en el arte de la persuasión; excesos de los sofistas que solo tienen interés por cuestiones relativas al estilo y la composición. Se internaron en el pantano de la refinada diversión de la literatura oratoria de espectáculo.

      Hay que constatar que un modo de enseñanza y de hacer, que se mantiene con el nombre de “Sofística” durante mil años, no es una cuestión menor ni anecdótica en la Historia.
       Y a lo largo del tiempo nunca dejó de haber sofistas, -aunque no usaran el nombre-, como el flâneur, en París del siglo XIX, donde “sofisticado” es quien se comporta de forma distinguida y elegante, muy refinado y, en ocasiones, falto de naturalidad. Se habla de modales sofisticados.
      En el siglo XXI, la humanidad sigue rindiéndose al embrujo de esos artistas de la retórica. Y ahí está la gran influencia los políticos, abogados, publicistas y tertulianos.- 
(Pero eso, es otra 'historia')
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   Se concluyó la exposición con el “Pregón”, de la obra de León Felipe, ‘El Juglarón’, que también porta chistera.
Y del que recogemos unos fragmentos que –creemos- aluden a la permanencia del ánimo sofista:

“Cuentos como sueños… y sueños como cuen­tos...
Cuentos para despertar a la marmota y a los topos

y cuentos para dormir a la lechuza y al mo­chuelo,
cuentos para los niños y las mozas, para las comadres y los viejos, para el delfín y la infantina, para los galeotes y los presos.

Cuentos de sobremesa, de sacristía y de tinelo.

Cuentos de arcángeles y pólvora... cuentos del cielo y del infierno.
Llevo en este zurrón toda clase de cuentos...

Soy un personaje trashumante equívoco... y sin tiempo...
Me cubro la cabeza con esta chistera despei­nada, que usan todavía en el mundo los prestidigita­dores y los académicos.

No tengo edad ni patria.
En esta barba blanca y negra hay pelos de Adán, de Salomón y de Homero...
Pelos de algún pastor del Quijote y pelos de Merlín y de Maese Pedro.
Pelos de las pelucas empolvadas del siglo décimo octavo y de las melenas románticas del décimo noveno...
Pelos de la barba de Tolstoi, pelos del bigote de Balzac y de Galdós...

Y ahora que ya lo sabéis todo,
quién soy, de dónde salgo y qué pretendo...
cuál es mi mercancía
y qué es lo que pregono o lo que vendo...
Decidme... ¿qué queréis?

¿Queréis un cuento trágico o burlesco?
¿Un cuento donde juegue la astucia o el enredo?

¿Un cuento de sorpresas o de ingenio?
¿Un cuento donde mande la acción o donde mande el verbo?

¿Un cuento de amor que marche con un ritmo de pavana y termine en un dulce caramelo o un cuento de pasiones primitivas con un final bárbaro y sangriento?

¿Un cuento de ¡Aleluya!... donde todos se sal­van?
¿o un cuento explosivo... ¡Paf!... donde todos se vayan al infierno?

       ¿Qué queréis?...


      Decidme, ¿qué queréis?... ¿Qué cuento es vuestro cuento?”

1 comentario:

  1. Magnífico final para una exposición interesante, como tuvo que ser la tuya, y original, mucho, en la forma de contarlo. Una vez más, se cumple el precepto clásico de "docere et deleitare" (cito de memoria): enseñar deleitando. Yo, al menos, termino sabiendo más de lo sofistas al final de tu crónica, entretenida y erudita, con un toque teatral. Muy bien, Juan.

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