Seguimos en el
siglo XIX.
Sí, todavía siglo decimonoveno en 2015, (que no haya duda).
Religión y nacionalismo
ligados a la exclusión, fanatismo y guerras, limpieza étnica y crueldad,
ambición que descansa en las armas… y la vida humana, sin valor.
La diferencia en
doscientos años, del 19º al 21º, está en la información.
Muchas son las
imágenes y las palabras de este éxodo del siglo XXI, donde personas de toda
edad y condición huyen de la guerra y de la miseria.
Conflictos y
desastres, que hombres definen y deciden contra el presente sin futuro de
muchos más hombres, mujeres y niños… Otros hombres se inhiben y esperan a que
mueran los desesperados.
Caminan sin
mirar atrás, deshabitan la tierra en que
nacieron. La fuerza de las armas no es para cultivar, no hay mínima seguridad
de presente. El futuro no es siquiera una palabra.
“Empezar una nueva vida en paz...”
Seis palabras
que lo dicen todo.
Huyen de sus países. Buscan refugio. Ahora están fuera, en la
destemplanza, ni siquiera el aire es libre. A la intemperie, durante miles de
kilómetros atravesando tierras extrañas y, a veces, lastimosamente hostiles.
Y el regreso
ni si piensa.
- Los refugiados vienen para quedarse y aunque la guerra termine,
éstos no vuelven ni locos, -apuntala una voz, a resguardo.
- La locura es quedarse donde la muerte acecha en cada
centímetro de tierra. Y sin esperanza.
- Estos no son como los españoles que huyeron a Francia en
1939, -aporta
el dato comparativo. Y en los años 60, los
emigrantes levantaron Alemania.
- …Y les acogieron ¿con aplausos?
No hay
diálogo. Para que lo sea, hay que estar dispuesto y abierto a modificar el
punto de vista, atendiendo al primer valor: la vida humana. Y la situación de precariedad.
No cabe en la mente el desprecio al desgraciado, al diferente.
Desde las
almenas seguras, cuerpos sin hambre y conciencias tranquilas, les desaprueban.
Y hasta se les culpabiliza.
Todo destila
sinrazón, desesperación. Dificultad para comprender. Resistencia en aceptar. Se
accede porque la realidad es tozuda e ineludible. Nadie decide, por su gusto y
voluntad, abandonar la tierra de sus raíces, su hogar con toda su familia,
enfrentarse a un penoso viaje en el que puede perder la vida.
Personas refugiadas y sus familias, que piden se les conceda protección.
Ahora, subsistir, lejos de las bombas. Mujeres, hombres, niñas y niños que no
tienen otra opción para sobrevivir que
la de huir de la guerra en su lugar de origen. Cientos de miles de
refugiados e inmigrantes económicos de Asia, África y Oriente Medio que llegan
a Europa en frágiles barcos por el mar Mediterráneo o por tierra a través de
los Balcanes.
En vez de
refugio se abren discursos, para aleccionar a los que vienen, que son pobres.
No poseen nada. Y emergen arengas sobre religiones excluyentes, culturas en
conflicto, diversidad, asilo y derecho. ¿A quién le importa ahora el
significado de “universal” y “cosmopolita”, condición del humano?
- “Lo único universal va a ser el efecto llamada”, asevera uno.
- Es legítimo. ¿Quién, si logra estabilidad en otro país,
renuncia a reunir a los suyos, que se quedaron en la intemperie de guerra y
miseria?
Como si esta
realidad no tuviera nada que ver con todos.
- La mayoría de quienes huyen de
Siria son varones de entre 18 y 34 años. Dentro de unos años pedirán la llegada
de sus familias,
-insiste.
- De una barca a la deriva caen al mar los viejos, los
enfermos y los débiles. Siguen remando los jóvenes, en busca de la costa. Y si ésta
quedara próxima, regresarían a por los desbordados.
Es el siglo XIX,
reverdecido, fuerzas que están en tensión constante, con sus excluyentes
Estados-nación, tan sensibles y de piel erizada. Existen pero son demasiado
débiles para estar solos.
Y ahora les
llegan ciudadanos desvinculados de sus estados nacionales: desarraigados por la
guerra, la miseria, la inmigración. Se han quedado sin su patria de
civilización milenaria. Piden refugio.
- “…en vez de defender
a su patria, huyen…”, -arroja como nuevo motivo.
- No hay patrias, sólo intereses. Y tormentas de acero. Es el
siglo XIX, que no cesa. Como para pensar en salvar patrias alevosas y
renegadas… ¿Qué facción o patria hay que defender? Si sólo hablan las armas, los
muertos y los vivos aterrados no defienden.
- Vienen para que las ayudas sociales de occidente les
resuelvan la vida, -acusa.
- El instinto de supervivencia. Primero vivir. Aquí no hay
cobardía. No hay lugar a un planteamiento de parasitismo. Lo mismo que no hay
programa de enseñanza para ser refugiado.
La respuesta de la Unión Europea a las personas que llegan a Europa
buscando refugio es lenta, indecisa. Como si la vida pudiera esperar, cuando necesitan una respuesta urgente, eficaces propuestas
de cómo distribuir refugiados entre los estados miembros. La llegada de
asilados transformará cada país. Lo que
hace falta son recursos y proyección, para que sea un cambio positivo. Habrá
consecuencias, porque es un desafío. Claro síntoma de emergencia para un nuevo
orden internacional y global.
Ausencia
patente de programas de ayuda humanitaria, ante las crisis, como la de los
ahuyentados por la guerra de Siria -guerra del siglo XXI-.
- Los que mandan, los poderosos son quienes tienen que gestionar esto. Cuando les dé la
gana o caigan en la cuenta que ellos también morirán con lo puesto, -proclama en
facilona postura de inhibición.
- Los poderosos… ¿los mismos que venden y compran las armas?
¿Los mismos que consienten la guerra? Y, mientras tanto… que no importe la
pérdida de vidas humanas.
Tiempo de
amarguras y pasiones, con la confusión de refugiados, emigrantes, y de
elementos sospechosos ante el vergel europeo.
- La acogida de refugiados por corazones particulares
generosos, en solidaridad súbita, no es el remedio. Hay soluciones mejores para
esas personas errantes, -arguye como sacudiéndose.
- Diga al menos una, que sea humana y viable. O entonces, ¿qué
aplicar? Contra el molesto, ¿una solución final, estilo nazi?
Las monarquías medievales del Golfo Pérsico no acogen a refugiados sirios,
lo que pone en evidencia el mito de la solidaridad entre los árabes. Arman a facciones
en guerra que
destruyen, pueblo tras pueblo, monumento tras monumento. Cierran la puerta a los refugiados. Sirios,
libaneses, palestinos, jordanos, viven en tierras pobres, pero en históricas y
milenarias ciudades como Damasco, Jerusalén, de diversas culturas antiquísimas.
Sin sentimiento
de pertenencia a comunidad de quienes llegan, los patriotas de los
estados-nación occidentales no les muestran vínculos de solidaridad. La
solidaridad gratuita no se practica. Se quiere algo a cambio de algo más.
En el siglo
XXI ha de haber la promesa firme de transformar el mundo para hacerlo más
humano y menos sujeto y dependiente de factores económicos, de quienes utilizan
la democracia, pero no la promueven; de dictaduras consentidas por Occidente. La
cohesión social es imprescindible, ante estas personas sin proyecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario