viernes, 25 de septiembre de 2015

NOCHE DE ESCENARIO. (MUBAM, 24 septiembre)


-     Me gustó. Me lo he pasado más que bien, así de natural, -comenta Laura, que de teatro ha visto y vivido bastante.



    -     Pues a mí, la risa me invadió desde el primer momento, sólo de ver a los intérpretes caminar de allá para acá, antes de comenzar, -dice Michel.


     Noche de teatro. ‘Canna brevis’ y sus “Menudencias” cierran temporada.
    Aquí quedan y resuenan aún los ecos de las palabras y los gestos en el aire espléndido, en cada esquina y escalón del MUBAM.

-     Me sorprendió la inmediata diversión con la llegada de las dos chicas de los móviles, -insiste Michel.

-     Sí, lo que son las adolescentes y su parte tan fundamental: el móvil.


-     Son ellas mismas quienes cerraron el espectáculo. ¡Qué graciosas! –comenta Laura.

-     ¡Y qué guapas! –exclama Michel.

-     Hummm… Que te veo, que te oigo, Michel…, que te ‘pasas’... Que esta noche no cenas… -anticipa Laura.

-     Si yo sólo lo decía,… porque son buenas artistas…

-     De eso, sin duda. Pero tú…


-     ¡Ah, yo me sentí acogida desde el principio, -apunta Lilian, que se cuela en la conversación. La música, tan sensual, tan amable. Las dos chicas: el piano es como una caricia de bienvenida; y el sonoro clarinete, como si su saludo hablara a cada cual.

-     Desde el principio, la música me envolvió… ese piano, ¡oh!… música para el embeleso, desde la acogida y las llamadas del clarinete, en cada momento..., -puntea Laura.

-     Entrañables llamadas al recuerdo. Me ha seducido la música, -se extasía Lilian.

El hecho teatral es eso: alguien que pasa, que dice. Y otros ‘alguien’ que miran y ven. Quien hace y quien observa, se unen en participación. El embrujo del hecho teatral tiene efectos colaterales positivos: une a las personas que comparten mirada, sin conocerse, y se abre la llave que renueva sus voces.

-     ¿Quién era esa señora que habló primero? –pregunta Michel.

-     Se presentó como amiga del grupo de teatro, y cómplice del público, -garantiza Laura.

-     Hablaba con mucho cariño, de todos, -apunta Liliana.

 -     Sabiendo lo que decía, derramando gracejo. ¡Qué vestido negro tan elegante lucía! –señala Laura.

-     Tú es que fijas en todo, -dice Michel-. Pero ha dicho cosas interesantes.

-     ¡Claro! Como que lleva unos cuantos años hablando en Latín. Es lo que se dice de alguien que es lista: “¡Sabe Latín!” - revela Liliana.

-     Entonces, habla en la lengua de la sabiduría, -se entremete Pascual.


-     Y en Latín, claro y fuerte, habla la sufriente y sufrida esposa del enfermo asegurado, -apunta Laura.

-     ¡Esta sí que es lista! Latín de los dioses. Encandilaría a los del Senado romano, -asegura Pascual.

-     La actriz “Lola” ha culminado el proceso de dominación sobre un territorio difícil, -habla entusiasmada Laura. 



-     Me ha gustado el romance que introduce la explicación: ¡qué bien dicho por la chica, esa… así, bonica, ¡Charo creo que se llama! –dice Michel con entusiasmo.


-     -   ¡No te digo…!

    -     Pues también habla en Latín, -asegura Pascual.


   - Nada, hijo, que te han gustado las actrices y las de la música,… ¡Qué le vamos a hacer! Pero sin cena y al sofá! –le garantiza Laura-. Ni siquiera dices que el autor del romance es Santiago Delgado, el actor ‘Ssssssiiiilvadooor…’ Tú, hale, sólo ojos para las mujeres, ¿eh, pícaro?

Van saliendo despaciosamente del salón; no muestran prisa. Es una manifestación más de la hechicería del escenario: hace hablar en Latín, con poderosos ecos griegos, que se transforma en lenguaje universal y todos lo entendemos. No es milagro: es encantamiento, la simbiosis de palabra, movimiento y presencia. Así es el teatro. Cuando se ve. Y cuando se lee.

-     Sí, se hizo acogedor el ambiente. Parecía uno de los Salones de París del XIX, -se emociona Michel.

-     Tú, con tal de decir que has leído cosas de Francia… Pero eso no te libra del ayuno, querido: hoy no cenas.

-     Vale. Pues no ceno. Pero no lo cambio por el momento y el espacio en el que los actores y quienes estábamos en el público nos sentimos protagonistas de un mismo momento, -transige Michel.

-     Magnetizados por el teatro hemos quedado. Y por la imaginación escrita de la autora. Diana de Paco, que se encargó, además de la mirada amorosa a sus actrices y actores,  de que las luces confluyeran en las transiciones escénicas, –dice Laura.

    -     Si os soy sincera, -participa Teresa, espectadora de la noche, que se suma a la conversación mientras camina con el grupo dialogante-, no puedo decir con claridad si me ha gustado o no. Tuve momentos en los que me reí bastante, y, luego también, momentos extraños. Pero lo que sí han conseguido es no dejarme indiferente, y salir de la rutina. Y eso es un logro muy importante para mí.

Si la actuación se comenta es porque ha emergido el teatro sobre las tablas del Museo de Bellas Artes. Es el puente teatral tendido entre público y comediantes. A esto se le llama tener una visión dramática de la realidad. Ahí han estado las palabras de Diana de Paco. “Es lo que veo y en lo que creo, aquí están las metáforas. También lo que siento”. Señala la actualidad de esta obra.

Diana, a través del humor, habla de lo que somos y de lo que anhelamos ser, y rechaza cualquier lectura pesimista. Señala a la luz, en un territorio posible: universal y personal, lo mires por donde lo mires.

viernes, 11 de septiembre de 2015

La INTEMPERIE y el REFUGIO.

Seguimos en el siglo XIX. 
Sí, todavía siglo decimonoveno en 2015, (que no haya duda).
Religión y nacionalismo ligados a la exclusión, fanatismo y guerras, limpieza étnica y crueldad, ambición que descansa en las armas… y la vida humana, sin valor.
La diferencia en doscientos años, del 19º al 21º, está en la información.
Muchas son las imágenes y las palabras de este éxodo del siglo XXI, donde personas de toda edad y condición huyen de la guerra y de la miseria.
Conflictos y desastres, que hombres definen y deciden contra el presente sin futuro de muchos más hombres, mujeres y niños… Otros hombres se inhiben y esperan a que mueran los desesperados.
Caminan sin mirar atrás,  deshabitan la tierra en que nacieron. La fuerza de las armas no es para cultivar, no hay mínima seguridad de presente. El futuro no es siquiera una palabra.

Empezar una nueva vida en paz...”

Seis palabras que lo dicen todo.
Huyen de sus países. Buscan refugio. Ahora están fuera, en la destemplanza, ni siquiera el aire es libre. A la intemperie, durante miles de kilómetros atravesando tierras extrañas y, a veces, lastimosamente hostiles.
Y el regreso ni si piensa.

-  Los refugiados vienen para quedarse y aunque la guerra termine, éstos no vuelven ni locos, -apuntala una voz, a resguardo.

-  La locura es quedarse donde la muerte acecha en cada centímetro de tierra. Y sin esperanza.

-  Estos no son como los españoles que huyeron a Francia en 1939, -aporta el dato comparativo. Y en los años 60, los emigrantes levantaron Alemania.

-  …Y les acogieron ¿con aplausos?

No hay diálogo. Para que lo sea, hay que estar dispuesto y abierto a modificar el punto de vista, atendiendo al primer valor: la vida humana. Y la situación de precariedad. No cabe en la mente el desprecio al desgraciado, al diferente.
Desde las almenas seguras, cuerpos sin hambre y conciencias tranquilas, les desaprueban. Y hasta se les culpabiliza.
Todo destila sinrazón, desesperación. Dificultad para comprender. Resistencia en aceptar. Se accede porque la realidad es tozuda e ineludible. Nadie decide, por su gusto y voluntad, abandonar la tierra de sus raíces, su hogar con toda su familia, enfrentarse a un penoso viaje en el que puede perder la vida.

Personas refugiadas y sus familias, que piden se les conceda protección. Ahora, subsistir, lejos de las bombas. Mujeres, hombres, niñas y niños que no tienen otra opción para sobrevivir que la de huir de la guerra en su lugar de origen. Cientos de miles de refugiados e inmigrantes económicos de Asia, África y Oriente Medio que llegan a Europa en frágiles barcos por el mar Mediterráneo o por tierra a través de los Balcanes.


En vez de refugio se abren discursos, para aleccionar a los que vienen, que son pobres. No poseen nada. Y emergen arengas sobre religiones excluyentes, culturas en conflicto, diversidad, asilo y derecho. ¿A quién le importa ahora el significado de “universal” y “cosmopolita”, condición del humano?

-  “Lo único universal va a ser el efecto llamada”, asevera uno.

-  Es legítimo. ¿Quién, si logra estabilidad en otro país, renuncia a reunir a los suyos, que se quedaron en la intemperie de guerra y miseria?

Como si esta realidad no tuviera nada que ver con todos.

-  La mayoría de quienes huyen de Siria son varones de entre 18 y 34 años. Dentro de unos años pedirán la llegada de sus familias, -insiste.

-  De una barca a la deriva caen al mar los viejos, los enfermos y los débiles. Siguen remando los jóvenes, en busca de la costa. Y si ésta quedara próxima, regresarían a por los desbordados.

Es el siglo XIX, reverdecido, fuerzas que están en tensión constante, con sus excluyentes Estados-nación, tan sensibles y de piel erizada. Existen pero son demasiado débiles para estar solos.
Y ahora les llegan ciudadanos desvinculados de sus estados nacionales: desarraigados por la guerra, la miseria, la inmigración. Se han quedado sin su patria de civilización milenaria. Piden refugio.

-   “…en vez de defender a su patria, huyen…”, -arroja como nuevo motivo.

-  No hay patrias, sólo intereses. Y tormentas de acero. Es el siglo XIX, que no cesa. Como para pensar en salvar patrias alevosas y renegadas… ¿Qué facción o patria hay que defender? Si sólo hablan las armas, los muertos y los vivos aterrados no defienden.

-  Vienen para que las ayudas sociales de occidente les resuelvan la vida, -acusa.

-  El instinto de supervivencia. Primero vivir. Aquí no hay cobardía. No hay lugar a un planteamiento de parasitismo. Lo mismo que no hay programa de enseñanza para ser refugiado.

La respuesta de la Unión Europea a las personas que llegan a Europa buscando refugio es lenta, indecisa. Como si la vida pudiera esperar, cuando necesitan una respuesta urgente, eficaces propuestas de cómo distribuir refugiados entre los estados miembros. La llegada de asilados transformará cada país. Lo que hace falta son recursos y proyección, para que sea un cambio positivo. Habrá consecuencias, porque es un desafío. Claro síntoma de emergencia para un nuevo orden internacional y global.

Ausencia patente de programas de ayuda humanitaria, ante las crisis, como la de los ahuyentados por la guerra de Siria -guerra del siglo XXI-.

-  Los que mandan, los poderosos son quienes  tienen que gestionar esto. Cuando les dé la gana o caigan en la cuenta que ellos también morirán con lo puesto, -proclama en facilona postura de inhibición.

-  Los poderosos… ¿los mismos que venden y compran las armas? ¿Los mismos que consienten la guerra? Y, mientras tanto… que no importe la pérdida de vidas humanas.

Tiempo de amarguras y pasiones, con la confusión de refugiados, emigrantes, y de elementos sospechosos ante el vergel europeo.

-  La acogida de refugiados por corazones particulares generosos, en solidaridad súbita, no es el remedio. Hay soluciones mejores para esas personas errantes, -arguye como sacudiéndose.

-  Diga al menos una, que sea humana y viable. O entonces, ¿qué aplicar? Contra el molesto, ¿una solución final, estilo nazi?

Las monarquías medievales del Golfo Pérsico no acogen a refugiados sirios, lo que pone en evidencia el mito de la solidaridad entre los árabes. Arman a facciones en guerra que destruyen, pueblo tras pueblo, monumento tras monumento. Cierran la puerta a los refugiados. Sirios, libaneses, palestinos, jordanos, viven en tierras pobres, pero en históricas y milenarias ciudades como Damasco, Jerusalén, de diversas culturas antiquísimas.
Sin sentimiento de pertenencia a comunidad de quienes llegan, los patriotas de los estados-nación occidentales no les muestran vínculos de solidaridad. La solidaridad gratuita no se practica. Se quiere algo a cambio de algo más.



En el siglo XXI ha de haber la promesa firme de transformar el mundo para hacerlo más humano y menos sujeto y dependiente de factores económicos, de quienes utilizan la democracia, pero no la promueven; de dictaduras consentidas por Occidente. La cohesión social es imprescindible, ante estas personas sin proyecto.