SOBREVIVIR SIN AIRE,
AMAR LA PALABRA
A Irene y Charo,
en sufrida
odisea de calor.
- Oiga,… ¿es “Ambiente de brisa”?
- - ¡Buenos días! “Ambiente de brisa”. Le atiende Julia, díganos
el motivo de su llamada…
- - Llevo ya, con hoy, 6 días avisándoles de avería en el
sistema de aire acondicionado…
- “Si es avería en Aire Acondicionado, marque 1. Si la avería
es en el interruptor, marque 2”.
- Oye… oye… ¡Julia! Escúchame: Ya vale con los numeritos, ¿eh?;
que me lo dices todos los días varias veces…
- “…Si el aparato hace “chof, chof”, marque 3. Si no hace
“chof, chof”, marque 4. Si no sabe lo que le pasa, espere que le atenderá una
operadora”.
- Julia, ¡por favor!, ¡ya está bien!
- Sí, soy Julia, dígame.
- Que estás tú sola en la oficina y no hay más telefonista
recadera que tú misma.
- Y usted ¿cómo lo sabe?
- Soy Mireia. Llamo todos los días dos veces o tres. He estado
ahí, en tu empresa, ya en cuatro ocasiones.
- Hola, Mireia. ¿En qué puedo ayudarle?
- ¿Otra vez…? Que me envíes al técnico del aire acondicionado,
pues en casa está estropeado, desde hace seis días.
- La entiendo, de verdad. Es un engorro, con el calor que está
haciendo…
- ¿Quieres escucharme, Julia…? ¡Me estás tomando por…!
- Sí, soy Julia, dígame.
- ¿A qué hora va a venir a casa el técnico?
- Todos nuestros técnicos están ocupados; en cuanto se libere
alguno, irá. A ver dígame su nombre y dirección.
- Pero… ¡si ya lo tienes repetido! Todos los días lo preguntas
de nuevo.
- …Y un teléfono de contacto, por favor.
- Vale, te lo digo: Mireia Latino, calle del Paraíso Perdido,
número 11, 7º C
- Me suena… me suena esa calle.
- Más te va a sonar por los gritos que doy.
- ¿Y el teléfono?
- No, ahora no suena.
- Me refiero al número…
- 666.67.67.67
- ¡Qué número más fácil!
- Sí, ¡es el número de la sucursal del infierno!
- ¡No me diga! Debe ir mal la cosa cuando hasta tenemos
clientes allí.
- El horno se vive aquí. En las paredes se plancha la ropa. En
el dormitorio descongelo el pan. Y en el suelo se pueden freír patatas.
- ¡Oh, qué bien! ¡Qué casa tan original y apañada!
- Déjate de bromas, Julia: lo digo porque sin climatizador no
se puede estar.
- Entonces ¿se va usted de casa?
- ¡No! A ver…, sigo aquí, esperando al técnico, ¿me entiendes
o qué?
- Lo digo porque si no está y llega el técnico…
- ¡Que venga ya!
- Tomo nota.
Murcia, lugar en donde irrumpe y se derrama generoso el bochorno. Se enardecen las pasiones, es nombre que equivale a asfixiante verano.
En la calle,
dos mujeres caminan a buen paso buscando la sombra de las moreras. Una de ellas
dice:
- ¡Es que sale fuego del suelo! Esto parece el infierno.
- Y que lo digas, nena. En casa menos mal que tenemos aire,
que si no…
- El verano pasado se me rompió. Llamé al seguro y me lo
repararon en 24 horas. ¡Pase un día de tormento!
- ¡Qué rapidez!
- Si llega a durar más, no sé cómo habríamos vivido. Pa
morirse, oye.
Mireia,
en su sensibilidad receptiva, ha oído esta conversación. El desarreglo de vida
por no dormir; el estado de nervios que, sin descansar, se necesita poco para…
A punto ha estado de avisar a las viandantes, las de que un día sin aire frío
en casa es “pa morirse”, que va a
publicar que es víctima, próxima a la agonía, por artefacto estropeado y sin
reparar durante siete días ya.
Reacciona
y se contiene. Modifica el rumbo y se va a la agencia del Seguro.
- ¡Buenos días!
- Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?
- Soy Mireia Latino. Vengo porque, en casa, se me ha roto el
aire acondicionado.
- ¡Cuánto lo siento! ¿Me dice su DNI?
- Le digo lo que sea. Pero que vayan pronto a casa.
- Hoy va a ser difícil. Estamos desbordados.
- ¡Qué contrariedad! ¿Se les ha roto el desagüe?
- No, no… Que tenemos muchos avisos iguales que el suyo.
- ¡Ah, bien! Creí que se les había inundado el local. Bueno,
supongo que enviarán enseguida al técnico.
- No, no me ha entendido. Tenemos mucho trabajo.
- ¡Toma! Y yo mucho calor.
- Pues habrá que tirar de abanico y ventilador.
- ¿Qué me está diciendo…? –le brota irritación a Mireia.
- Pues que ¡no se ponga usted así! Hoy no podemos ir. A ver si
mañana…
- ¿Cómo que mañana?
- Es que todos los técnicos están ocupados.
- Y en casa estamos asfixiados y sin poder descansar.
- Pero ya le digo que…
- No me diga: vaya y haga. ¿Dónde están?, (ubi sunt?).
- Mañana…
Hace
un buen rato que amaneció. Las calles aún calientes en el séptimo día sin
descanso, reciben a Mireia. No han reparado la climatización. Nublado, el bochorno
despierta a las primeras chicharras.
Mireia
insiste, llama nuevamente tanto al taller “Ambiente
de brisa” como a la aseguradora. La respuesta en ambos sitios es “…a ver si mañana…”
- Mamá –reclama Talía-, dime que
no estamos viviendo un sueño o una pesadilla.
- Esto es real, hija. Parece la maldición de un titán venido
del inframundo.
- Dime cómo es un titán que voy a dibujarlo.
Llaman
a la puerta.
- Pase, pase…
- Soy el técnico del aire.
- ¡Por fin!
- ¿Dónde está el compresor?
- En la terraza.
Se encarama
sobre el aparato, al que castiga con algún que otro golpe, mientras explora sus
entresijos.
- Esto está roto, señora.
- Evidentemente. Por eso le hemos llamado. Para que lo
arregle.
- Esto es cosa de los pernios inferiores y el fosfogluceno.
- No entiendo lo que dice. No sé de aparatos de estos. Yo es
que me dedico a otras cosas, ¿sabe usted?
- Ya le digo, señora: las correas del canalón central se han
salido y, al no refrigerar, los tornillos de las escuadras centrifugadoras se han concatenado en el dodecaedro del frío
y han fundido al motor, que ha finiquitado. Hay que poner uno nuevo.
- Pues muy bien. Ahora, a ponerlo.
- Es que no es tan fácil.
- Pues no hay vuelta de hoja. Mi seguro se hace cargo de todo.
- Es que las nuevas máquinas llevan un dispositivo de vanadio
y titanio que se activa con la ignición del gas metapropenol oxigaláctico y…
- ¡Tienes razón, mamá! –exclama Talía-. La maldición de un titán: este hombre ha dicho “titanio”.
Lo dice en la leyenda.
- Usted, a lo que haya que hacer. Instálelo ahora, -insiste
Mireia-. Esto ya se arregla, Talía. Te lo
prometo.
- No me entiende, señora: la máquina tardará unos días en
venir. Hay que pedirla; sobre todo, que lleve reforzadas las derivas de los
licandios y así enfriará más rápido la espiral de la magneto izquierda.
- Ni idea. No le entendemos.
- Pues es la forma de explicar esto. Hablo de mi profesión.
- No me dé explicaciones. Y a lo suyo, cuanto antes; hoy
mismo.
- Mamá, mamá, -apremia Talía-. He buscado en internet y dice que los titanes hablan raro.
Y que se les combate con palabras poéticas.
- Pero es que se necesita un tubo espondiliaco –sigue el
técnico con su discurso-, para procesar el titanio
galvanizado.
- Mamá, ¡otra vez dice
lo de la maldición del titán!
- Llaman a la puerta. Mira a ver quién es, Talía.
- Dice que es el del seguro.
- ¡Que pase!
- ¡Buenos días!
- Bienvenido al infierno. Ya ve que está aquí el técnico del
aire.
- Pero ya me voy –advierte el mecánico-. Porque hay que pedir un equipo nuevo. Tardará unos días.
- ¡De aquí no se va nadie hasta que funcione el aire
acondicionado!
- Yo he venido sólo a comprobar que había venido el técnico, -dice el del
seguro.
- Mamá, háblales con respuesta lírica. Dos titanes son
demasiados. Y hay que ahuyentarlos con suaves palabras: no las resisten.
- Y yo no puedo hacer nada más, -insiste el
operario-, porque la máquina que hay que instalar
contiene una placa básica de titanio enriquecido con actinio nuclear blanco. Y
eso tarda en venir.
- ¡Pues que lo envíen por Seur! -exclama Mireia.
- Esto pasa por enriquecer al titán, mamá. Háblales como te
pido, por favor. ¡Que no aguanto una noche más! Mira, los he dibujado, dos
titanes venidos del más allá.
¿Qué tendrá el
calor? Sudan los termómetros de la
ciudad. El calor irradia y saca a relucir las pulsiones de vida y trance. La
canícula, que se hace carne por la noche, a Mireia le evoca el denso aliento de
un centro de plancha, donde se confunden tiempo y bochorno. Una situación
inclasificable, con mitología en los
márgenes.
- Ganas dan de gritar: “¡Calor y venganza!” –anuncia Mireia.
- No, mamá. Si gritas, los titanes se alimentan de la queja.
Es matemática mágica.
- Yo me voy, -advierte el mecánico.
- ¡Usted se queda! – exige el del
seguro.
- Es que tengo que encargar la máquina, -insiste.
- ¿Y qué pasa con las bisagras alatonadas con longitudes y
ángulos de apertura?
–lanza
el del seguro.
- Que se incrustan en
acero zincado, simulando titanio, -apostilla el operario.
- ¡No aguanto más! –profiere Mireia.
- Mamá, mamá,… que me asustas.
Mireia
toma el dibujo de Talía, levanta la mirada y la fija en los dos hombres. De sus
labios emanan expresiones que declaran y revelan:
El tiempo es la distancia
entre la espera y la esperanza.
Si no atiendes
al latido humano
no haces tiempo
y lo pierdes.
Eso es malgastarlo.
Tus palabras huecas
increpan a la luna,
residen en el tiempo,
en los vertederos se
pudren.
La palabra es vida
si se manifiesta
en quien la escucha,
y la oye con claridad
quien la lee.
Bienaventurados
quienes han pasado
noches de privación.
La insignificancia no existe
porque la ausencia
nos pertenece
en el canto fuerte de
la Poesía.
Como
en un conjuro, la puerta se abre y entran dos porteadores con la máquina nueva
de enfriar aire.
- ¿Dónde ponemos esto? Se lo instalamos en un instante.
- Ahí, donde está el averiado, -indica Mireia.
El
del seguro y el técnico quedan mudos, al borde del desmayo. En cuatro minutos
el nuevo aparato está enfriando el aire de la casa.
Una
vez más se demuestra el indudable poder de la Poesía: las palabras hacen cosas,
crean acciones, en su significación mágica, la única que importa. La Poesía es
creación y creadora, es un desafío a la sinrazón.
Quien aguarda
sabe que todo
está por nombrar.
Decimos luz
y se ilumina el mundo.
Retorna enaltecida
la palabra
transformada en su afán,
hecha poesía.
(1 de agosto de 2015)
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