sábado, 25 de julio de 2015

PARÍS: mirada y andanza.- (Pieza III)



De día, natural; farolas en la noche; iluminada siempre: París, la luz. 

 Charles Garnier, arquitecto francés del siglo XIX.

       Decoración y colorido, la arquitectura de Garnier, conocida como "estilo Napoleón III", viene a ser un neobarroco, grandilocuente y muy ornamentado. El Imperio contribuyó a la renovación, con la influencia clásica griega, en el arte de la edificación.

     Iluminada por los escritores, un ingrediente literario contiene y muestra cada esquina de París. Búsqueda de la imagen evocada en los libros y su reflejo en la realidad. O como el recuerdo de Jean-Paul Sartre, al pasear por el bulevar de Saint Germain, punto de la Revolución de mayo 1968.

Camino a buen paso por la calle Lafayette hasta la plaza de la Ópera. El amanecer abrió las palabras, gotas que caen y termina el silencio. Preludio para mirar el entorno, más cercano que de lo común. Compartir mirada. Saber que uno es circunstancial transeúnte, en París y en la vida.
Y contarlo.

     París conserva con pulcritud sus huellas. Ojos y ánimo predispuestos para la observación de característicos escenarios urbanos, primero con la influyente guía de Marcel Proust, quien describió la decadencia de la nobleza francesa en el siglo XIX, -“En busca del tiempo perdido- y estableció el espejo del tiempo y la memoria, del arte y las pasiones humanas.

    La imitación resulta homenaje a las descripciones, a las conversaciones que entrecruzan sus personajes en estos lugares. Y se imaginan los paseos que Proust daba junto a una amiga por los Campos Elíseos y los jardines de las Tuilerías.

    Hay otras etapas alternativas para inagotables paseantes proustianos.

     Proust es, ante todo, parisino. Vivió en el primer piso del 102 del bulevar de Haussmann, donde escribió la mayor parte de su obra. Hay cuatro páginas intrigantes en un cuadernillo de Proust, en las que relata los intensos días de observación de una mujer por las calles de París. Arranca en la Estación de l'Est, –cerca del hotel en que me sitúo-, recorre el bulevar de l'Hôpital, el puente de Saint-Michel, calle Lafayette, hasta la Plaza de la République. Magnetiza con lo que cuenta y lo comprobamos visualmente.



     Llegado al bulevar Montmartre, plagado de tiendas de moda, destacan los tres edificios de las famosas galerías comerciales Lafayette.










        Entro. Las plantas tienen balcones que dan hacia un atrio circular cerrado, coronado por una espectacular cúpula de vidrieras de estilo modernista. Merece una visita, al menos para conocer su edificio central.


       Y subir a la última planta. Desde su terraza se pueden apreciar hermosas vistas de París.

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“Los Pasajes de París”,
con la mediación de Walter Benjamin.


Los Pasajes...

Concretamente, los espacios de mi mayor interés y atención en París. Pieza central, resulta difícil de comunicar. Y pudiera escribirse en otro molde narrativo. Lo hago en éste.

-         ¿Qué te llama tanto de las travesías cubiertas?

-         Mira las fotos: calles interiores plenas de luz.

-         Bien, sí, tiendas y cafeterías. ¿Eso es todo?

-         La novedad, la moda, y comercio especializado de objetos antiguos.

-         Eso se da en cualquier ciudad.

-         Ya, lo sabemos; Pero empezó aquí, en estas calles que permiten el paso de un sitio a otro, de un bulevar a un conjunto monumental o a un sitio de trabajo, de encuentro. Mientras se pasa, se mira.

-         Tú lo has dicho: lugares de paso.

-         Sí, como lo es la novedad: es breve. La moda se sustituye por otra.

-         Entonces, ¿por qué los Pasajes?

-         Son los que permanecen. ¿Te has fijado de qué están fabricados sus techos?

-         A la vista está: hierro y cristal.

-         Materiales que duran más. Lo provisional de la moda en lo permanente del recinto.

-         ¿A dónde quieres llegar?

-         ¡Ya estamos aquí! El Pasaje es un lugar para ver y dejarse ver.

-         Y ¿de dónde has sacado tú eso?

-         De la obra "Los Pasajes de París", de Walter Benjamin. Una lectura de hace años.

-         ¿Quién es?

-         Filósofo y escritor alemán; poco conocido, es cierto. Murió con 44 años: dejó su obra inacabada; incluida ésta de los Pasajes.

-         Lo importante es que a ti te orienta, en esto. Conocer su biografía no afecta al caso. Antes hablábamos de Marcel Proust

-         Sí. La importancia de las personas de pensamiento. Benjamin fue un intelectual de gran talla.

-          Y ahora que has visto los Pasajes, ¿sigue el significado y la energía de estos lugares?

-          Será mejor que mires las fotos… Con las palabras quizá no sea suficiente.

-          La palabra contiene el valor expresivo. Hay que querer narrarlo.

-         ¡Ah, contarlo…! La forma se te resiste.

-         Un argumento parecido a cómo se construyen las novelas de misterio y acción: situar un hecho llamativo que ocurra en un Pasaje.

-         ¿Y…?

-         Quizá la intriga, que necesita maestría, hecha  sin solidez, desfigure lo que quiero decir.

-         Inténtalo al menos.

-         Lo diré como sé: aunque resulte torpe, será cierto.

-         Como sea. Elige los recursos para dotar de realidad a la narración.

   

             El siglo XIX es el sueño del que hay que despertar.
        Los pasajes enlazan los bulevares: atraen, fluyen, se muestran y desaparecen, como las personas del nuevo París. Es vivir en público a la vez que a resguardo. La alegoría es la novedad, a la vez que lo transitorio. El pasaje, mientras nos lleva, se muestra y hace visible. Cuando volvamos a pasar, algo habrá cambiado.


  Podemos comprobarlo. Miremos cómo camina la gente por el Pasaje de los Panoramas, de comercio antiguo, en una atmósfera entre poética y decadente.


El passage es una combinación de calle y de interior; es una calle estrecha y corta, por debajo de las casas. El pasaje no es privado; es público y se atraviesa, se gana tiempo para llegar a otra parte. Es un signo más del período: sitio para ver y ser visto. Está reservado a las personas, no hay vehículos. Lo que se desarrolla y ocurre en los establecimientos y en el propio pasaje, favorecía que el caminante anduviera pausadamente, y la lentitud es propicia para que se acostumbre al trance de observar e imaginar.


 Junto a los comercios de novedades aparecen los periódicos. Comparten la misma esencia. Cada día el periódico nace y muere, la publicación temporal que tiene que renovarse constantemente; el periódico es la novedad. (Hay una expresión que dice “nada es más anticuado que el periódico de ayer”).

 
 París empieza a ser capital de muchas 
cosas, una de ellas la moda. 
        Hay que salir bien vestido y, a ser posible, llamativamente, que se note la presencia. Nace un estilo de vida que genera modelos comerciales, sociales y éticos. Un nuevo sentimiento vital, la ambición de lo nuevo.

  
Pasaje del Havre.

             Lo que comenzó con el despertar de los sentidos ante las cosas, se transforma en la 
capacidad de percibir semejanzas no sensibles.     
     Esta es la observación de W. Benjamín.           
Y el enigma se renueva: 
el propósito de su análisis era 
unir el material y la teoría, los edificios y el modo de vivir; en un 
mundo de cosas, el individuo no es aún consciente de la vivencia del instante. 

      Es lo propio del fetichismo de la mercancía.



      La mayoría de los pasajes de París surgen posteriormente a 1822. La primera condición de su florecimiento es la coyuntura favorable del comercio textil.




En su decoración, el arte entra al servicio del comerciante. El interior se convierte en el refugio del arte. A ambos lados de estas galerías, que reciben la luz desde arriba, -el cristal es el futuro-,  se abren las tiendas más elegantes, de modo que el pasaje es una referencia en sí mismo con la luz en la que el sueño sumerge a las cosas, haciéndolas aparecer a la vez extrañas y muy próximas. Las creaciones y modos de vida provenientes del siglo XIX quedan “iluminados", se ven, son presencia.  

Una vida nueva se desarrolla en París: Pasajes, panoramas y exposiciones universales, el interior y las abiertas vías de París. La calle cubierta se habita y en ella se producen encuentros, buscados y fortuitos. Se comenzó por la preocupación por la limpieza e higiene públicas, la importancia de las fachadas y el arte en la calle, el trato cortés, galante;... ¡tantas cosas!



       El pasaje es la aparición de la vida de negocios y comercio, porque hay que estar por donde pasa la gente.

       
La novedad y lo efímero van de la mano en este espacio lleno de “encantos”. Hay memoria popular de los amores de pasaje…, pasajeros:


«En el pasaje Vivienne,
Ella me dijo: soy de la Vienne».


 








“Yo debía encontrarme con una doncella

en el pasaje Bonne-Nouvelle,

pero en vano la esperé”.

 
      En el poeta Baudelaire, que fue habitante destacado de los pasajes, es característico que las imágenes de la mujer se asocien con las de París.
Lo comprobamos en un poema de sus “Flores del mal”, dedicado a lo momentáneo:

A una transeúnte

La calle atronadora aullaba en torno mío.
Una dama pasó, que con gesto fastuoso
De súbito bebí, con crispación de loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil tornados,
El placer que aniquila, la miel paralizante.

Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer,
¿Salvo en la eternidad, no he verte jamás?

¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!



Enamoramiento despertado por una mujer desconocida que pasa. Con sólo un flash, una impresión, que luego se reconstruye, con sólo ver una piedra se imagina todo el edificio.
      
Este pasaje está muy cerca de la Biblioteca Nacional, a donde Benjamin acudía en sus días de París. Hoy es de uso restringido y de destino de trabajo intelectual y universitario. Aun personalmente rodeado de sombras y amenazas, quizá este pasaje le ayudó en su peculiar visión.

Benjamin tiene capacidad de poetizar estos lugares y convertirlos en sensaciones. 
       El auténtico manuscrito del Libro de los Pasajes fue escondido durante la guerra en la Biblioteca Nacional. No habré buscado lo bastante y no he encontrado calle o plaza dedicada a Walter Benjamin, quien tanto estudió París. Seguramente lo habrá.


        Decir lo cierto y ser creíble. Resulta una paradoja: en los testimonios escritos analizamos los hechos pasados. Los ponemos en las páginas como mejor sabemos, y al resultado lo llamamos historia.

-         ¿Qué quieres explicar?

-         Ir más allá de los límites del turismo habitual, un cambio en el trayecto.

-         Empeño difícil para sólo unos días, donde se es forastero.

-         ¿A qué tierra pertenece una persona? ¿A la de su nacimiento o a la de su empeño?

-         Te veo venir: los derechos del hombre proclamados por la Revolución Francesa.

-         Sí, pero atento a lo que significa el mundo comercial de bulevares y pasajes: la economía no es una ciencia moral.


-         Es un tapiz de múltiples hilos.

-         Al entrar a un pasaje se vive la sensación de llegar a un mundo distinto. Inmediatamente intuimos que puede darse la narración infinita.

-         Es un espacio tridimensional cuyas piezas se van modulando con la luz y, sobre todo, con el paso del visitante, quien acaba por formar parte de ese conjunto.

-          Las fotografías muestran una sensación inesperada, un deseo de habitarlas. Vuelve el misterio y las palabras se quedan cortas.

-          Calles iluminadas, moda y paso. Eso era.

-         También moda, publicidad, espacio para el coleccionista. Y prostitución. Una belle époque de contraste entre la bohemia y la explotación social de la clase trabajadora.

-         Con espacio para el flâneur.


-         ¿Flâneur? ¿Quién es el flâneur?

-         Un singular paseante callejero.

-         Yo no le visto.

-         Ya no se da. Apareció con los pasajes en el siglo XIX.

-         Su presencia, ¿se le notaba?

-         El flâneur perfecto era el que, fuera de casa, se siente en todas partes como en casa. Y vive en el centro del mundo. En las nuevas construcciones se siente bien el flâneur. El gran almacén es su último territorio. El poeta Baudelaire era un flâneur.

-         ¿Y qué hacía, cuál era, digamos, su trabajo?

-         Aparentemente ocioso, sale al espacio público para vender y comprar: él es mercancía en sí mismo. Se le distingue enseguida. Vende y compra de lo más variado, sabe lo que le interesa a su posible clientela, trata con obras de arte, compra y cambia objetos, poemas… Todo ello con un extravagante y llamativo aspecto. Es, en sí mismo, la novedad y el paso del tiempo. Es un explorador del mercado.

-          …Y si nos acercamos más…

-         Podemos decir que es un personaje intermedio entre un bohemio y un artista moderno. La ciudad no es su patria sino su escenario.

-         La evolución de París.

-         Los cafés se llenan, los teatros se abarrotan de alegres espectadores. Los pasajes hormiguean de curiosos. Los timadores se agitan tras los flâneurs.

-         Interesante aventurero…

-         … y arriesgado.

-         Pero no tenemos una imagen de lo que podría ser su apariencia.


-         Que cada quien lo imagine como quiera. Veámoslo como un homenaje a la vida en los márgenes, un modo de vida poliédrico que nace de la necesidad de un espacio urbano. 

2 comentarios:

  1. Me acuerdo de las galerías Lafayette. En la terraza había un monolito que recordaba que no se qué aviador había aterrizado en ella en los primeros tiempos de la aviación. Y de algunos pasajes, aunque a mí estos sitios en los que hay cosas para comprar que no voy a comprar, me aburren. Y los que yo vi necesitaban una buena limpieza. ¡Me impresiona que seas capaz de sacarles partido!

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  2. Después de leerte me dan ganas de coger el Libro de los Pasajes de Benjamin e irme a París. Y allí sentarme en una cafetería en alguno de esos pasajes a leerlo. Claro que necesitaría "el tiempo perdido" y mucho dinero para café. Un saludo

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