domingo, 19 de abril de 2015

INCERTIDUMBRE Y FUNCIÓN DEL INTELECTUAL



La indefinición avisa de peligro extremo para la dignidad de las personas. En este período histórico, en que sabemos que la crisis no es sólo económica, la vida humana y la fuerza de trabajo -con un empleo precario e impreciso-  se reducen a productos de compraventa.

Lo que se conoce como “sociedad”, se ha paralizado –estancarse es perecer- con dos anclas: una, la que la explica como sociedad de riesgo global (Ulrich Beck), donde la incertidumbre es amenaza para la seguridad, (como ocurrió en las crisis alimentarias, “vacas locas”), y en la que la tecnología y la ecología traen consecuencias sociológicas y políticas, incluidas las condiciones que irrumpen con el retorno del terrorismo internacional.

La otra áncora es la pérdida de la dignidad, en esta situación de incertidumbre, empezando por la increíble devaluación de la vida humana (primer derecho fundamental). Quienes huyen de la miseria y de peligros de los que nada saben, la huida extrema, en esta histeria,  es hacia la muerte: huyendo de la violencia en Libia y en países africanos, mueren masivamente por naufragio al sur de Italia.

Las crisis económicas no son sólo de capital, pues arrasan, además del valor de cada una de las vidas humanas, con el sentido moral.

Los amigos del poder se concentran en torno a fantasías políticas, y atribuyen a la libertad los males que aguantamos. Porque se atemorizan y, a su vez, asustan a los débiles. Nada dicen de las cambiantes condiciones de vida, casi siempre incómodas para la mayoría y que aumentan el número de personas en la miseria.

En realidad, nadie sabe nada cierto. La consecuencia de que los poderes estén asustados les lleva a comportarse de forma desconsiderada e imprudente; conducta que provoca saña, ansiedad e indiferencia. Aguantar la ansiedad del modo de vida requiere cada vez nervios más templados, más picaresca, más ardides. Y el extraño impulso que a veces inspira los actos humanos (compasión, altruismo, cada sentimiento de humanidad) se va apagando.
El triunfo de la sociedad basada en la economía y el capital provoca que las personas, en una gran mayoría, se limitan a mirar y tolerar lo que sucede:

· ahogamientos de inmigrantes que huyen de la miseria y encuentran la muerte a las puertas del primer mundo. Sin una acción común: descoordinación entre asistencia humanitaria y la dureza de medidas ante la llegada de inmigrantes,


· los asesinatos masivos por atentados de organizaciones islámicas, (contra cristianos, y destrucción de símbolos histórico-religiosos)



· el hambre, la escasez y la muerte en amplias zonas del planeta.


 · el aumento de la pobreza y la necesidad entre nuestros próximos y conocidos.

 · los delitos económicos cometidos por personas “respetables” -?-, hombres soberbios, fríos, ambiciosos,  que defraudan mareantes e incomprensibles –por enormes- cantidades  de euros. Lo que mueve al enriquecimiento de unos pocos, que voluntariamente ignoran que el Estado se legitima porque sus gastos deben ser aprovechados por todos, y provoca la penuria de muchos.
También está en crisis el prestigio moral del intelectual.
Los partidos les buscan e incluyen en sus listas electorales, -¿con qué canto de sirenas les habrán convencido?- La influencia del intelectual, que acumuló prestigio, se ha ido disolviendo en la prensa, en la escena de las tertulias de griterío, etc.

Pero hay algo más que política y partidos.

Los inquietos ciudadanos demandan una perspectiva dinámica y de futuro, en la que la educación es clave para el desarrollo. Ante el desengaño y la indignación, alguien tiene que ofrecer una respuesta: la conducta ética, la que no puede ni responde con palabras. Y liderar el camino de forma atrevida, con una visión clara y valiente.

La esfera del pensamiento debe levantar las dos anclas de que hablábamos al principio. Y se debe interesar por las condiciones sociales que contaminan a la educación, no ya sólo a la situación política y socioeconómica, sino a las circunstancias e influencias de instituciones académicas, de las editoriales, del ámbito periodístico y cultural. Se trata de incidir en un estilo de pensamiento, en el que se investiga y explica cómo se tejen las relaciones personales e institucionales en la vida cotidiana de una comunidad, qué hábitos se asume, qué cultura se va a reivindicar, en una sociedad impersonal y globalizada, donde se salve lo individual.
 
El pensamiento es luz en la decadencia, es siempre una rebelión. Ahí se abre el camino como una necesidad.
Es una esperanza.

2 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo. Antes se buscaba la verdad y/o la libertad, y la gente mataba y moría por ellas. Ahora se busca la comodidad, y esto que describes es lo que ha parido. Pero no se me había ocurrido lo de que están asustados los que tienen que tomar decisiones. Es muy interesante.

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  2. Magníficas fotos ( incluso la penúltima, pese a lo odiosa) que ilustran un no menos magnífico texto. Visión peculiar y enriquecedora, como todas las tuyas.

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